Con el historial artístico del Teatro Rivera Indarte se puede escribir una bella página evocativa de la sociedad cordobesa de antaño, en cuyo seno repercutía intensamente la visita de un actor como Borrás, de un cantante como Caruso y de cualquier otra expresión artística de jerarquía, que las hubo y muy buenas, en el pasado inmediato.
Pero los años pasan borrando el significado a las cosas. En la actualidad, por ejemplo, ¿qué significa el teatro Rivera Indarte? Para el gobierno provincial al menos, no significa nada, al menos nada en la acepción de hogar de arte que el mismo debiera tener. Por el escenario del Rivera Indarte apenas si desfilan tímidamente de vez en cuando, desafiando la temperatura glacial del ambiente, algunos concertistas que, por cierto no los contrata el gobierno.
Ese escenario sólo sirve hoy de manera muy frecuente para reuniones de toda índole, menos para reuniones de arte, en las que podría ofrecerse al pueblo motivos de educación estética y de regocijo espiritual.
Tan olvidado lo tiene el Poder Ejecutivo al viejo teatro oficial, que ni siquiera gasta un sueldo de portero para que lo cuide. Ahí está el antiguo monumento de corte clásico, sufriendo por dentro y por fuera las inclemencias del tiempo, siendo albergue de insectos y roedores, sin que nadie que lo cuide y le dedique una elemental atención.
Con decir que en el actual presupuesto no figura siquiera una modesta partida destinada a sufragar gastos de reparaciones indispensables se demuestra en forma concluyente la despreocupación del gobierno provincial al respecto.
Sin embargo no es lógico ese tratamiento a un edificio oficial y menos aún a un teatro de las características del Rivera Indarte, obra arquitectónica que todavía enorgullece a la ciudad y que aún puede prestar útiles servicios a su ministerio de arte, favor naturalmente de la cultura popular. Si se persiste en el error actual, su destrucción está asegurada a corto plazo y no creemos que el actual gobierno quiera cargar con esa responsabilidad.