Il faut agir sur
l'áme, et toucher le coeur
en parlant á l’esprit."
BUFFON
Por fin vamos a respirar el oxígeno del arte! vamos a saturarnos en un ambiente estético, simpáticamente humano y a deleitarnos con el perfume estupendo de la verdad!
Córdoba con su apatía censurable, con su bonhomie característica, con su leisser faire habitual, no sólo no ha llegado a imponerse los empresarios, sino que se ha conquistado en Buenos Aires y allende el Océano, la fama poco halagadora de aguantarlo todo sin pestañar, de tener un paladar abigarrado y poner a un mismo nivel los marionettes y las compañías de ópera de buena fama.
En las acusaciones hay sin duda exageración, un fondo de la realidad buscada por el inventor de la filosofía del egoísmo –el franfilósofo inglés– hasta en las mentiras más grandes.
Seguramente, en este reducido escenario de la vida intelectual, la falta de público protector y la poca frecuencia de estrenos de troupes líricas y dramáticas, así como la carencia en lo referente a intérpretes virtuosos de la música, y la pobreza de lienzos eximios y pinacotecas egregios, influyen en la educación del alma, la cual alejada de lo verdaderamente bello, no desarrolla todas sus facultades poderosas para intuir los perfiles purísimos de lo estético, acostumbrarse a las líneas clásicas, elegantes del arte, rechazar lo burdo y adquirir el golpe, el ojo clínico que anatomiza a primera vista lo bueno y lo malo, separa el oro del oropel y no se deja engañar nunca por los destellos falaces de la joya química por muy disfrazada que ella esté, por más que imite a la perfección el diamante.
Por eso vemos a periodistas inteligentes, a discípulos de academias y ateneos, a niñas que por posición social y cultura deberían poseer la impresión cierta de la divinidad adorada por los griegos, la kalíos de deliciosos contornos y suave morbidez, juzgar sublimes algunos vernissages de grotesca memoria; eximios a artistas dignos de los poulaillers de la Boca, magníficas las producciones dramáticas horripilantes escritas en Francia para gusto de esos espectadores que hallan excelente el ajo y la cebolla y comen sardinas ordinarias con pimienta y mostaza, bebiendo sendos tragos de agua ardiente.
Y tal criterio naturalmente nos lleva a proclamar pianistas portentosos o simples aficionados que conocen el tecnicismo del cémbalo, pero que carecen del pasionismo que determina la vida, el colorido, y da luz y renombra, gracia y sentimiento a las notas.
Y así, en todos los distintos ramos del saber humano y del arte, vemos formulados juicios falsos, parangones piramidalmente erróneos; nos contentamos con pinturas holográficas en lugar de pinceladas maestras que ensalcen con la fuerza sugestiva de la verdad el mérito y desprecien lo feo, lo va mal echando a pique el lastre inservible.
Es un fenómeno propio de la vida mercantil que arrastramos, de la manía de hacerlo todo muy de prisa; no concediendo sino satisfacciones pasajeras fugaces, a los nobles goces del alma.
¿Durará mucho este período de transición?
Lo esperamos. Será justo mientras tanto ir pulimentándonos, refinándonos; será útil cortar el vuelo a los entusiasmos pindáricos de tierra adentro que llaman poeta al primer jovenzuelo que escriba cuatro versos sin gibosidades rítmicas, escritor al estudiante que embadurna con prosa linfática dos cuartillas, artista al amateur que compone un valsecito de mala muerte con acompañamientos rudimentales en sol y do; pintora a la niña de familia decente que saca de una fotografía un paisaje con perspectivas detestables corregidas por el profesor; y críticos, a los charlatanes de palabreo hueco, que afirman muy sueltos de cuerpo que el tenor de la zarzuela del Progreso vale un Tamagno o un De Lucia y que la Espinoza, hace mancha que limpia mejor que la Guerrero.
Y ya que he vuelto a nombrar a la eximia artista con ella me quedo.
Han pasado dos años desde el día que nos ha dejado y su recuerdo, nadie de los que tuvimos el placer de escucharla, ha podido borrarlo del corazón y de la mente.
Es que la verdadera hija del arte tiene talento, genialidad, comprende la vida, sus borrascosas pasiones, sus locos transportes, sus épicas tragedias, y estudie, desentrañe el morboso proceso de la psicología, adueñándose de los caracteres que violentamente, […] sus espirales, se debaten, para reproducidos en un humanismo palpitante que da el miraje de la realidad y la manera de extremar todos los medios de investigación.
Por eso la Guerrero ocupa un puesto de primer orden en la escena dramática contemporánea y sin haber llegado a ser universal como Sara y Eleonora, ha escalado sin embargado ya las cumbres de la gloria y nadie en España la iguala en la elegancia inimitable, en sus lágrimas, en su risa de una limpidez cristalina y de una eficacia rara. El verso tan difícil en su cadencia, se transforma en sus labios en una música suave y pierde la monotonía, lo recite sin declamación enfática, sin resonancias académicas. Moderna en toda la extensión de la palabra, rehúye los lenocinios de la frase recalcada y del gesto exagerado; es siempre sincera y real teniendo un cuidado persistente en no repetirse nunca en los distintos personajes encarnados, poseyendo en extremo grado aquellas nuances exquises que Zola y Catulles Méndez piden a quienes presentan la comedia humana al público con el propósito de sacudirle las libras, interesarle y conmoverla.
Además la Guerrero es mujer elegante, sabe vestirse bien y con lujo; se esmera en los mínimos detalles de la toilette, siempre correctísima, de gusto refinado y armonizando dulcemente las tonalidades con el perfil y el tinto de su tez. Y esto francamente, hasta hace poco, era exclusivo privilegio de las artistas francesas e italianas.
Si agregamos también el chic de un nombre eximio y la aureola que acaba de conquistar en París, donde la crítica severa, pero justa, me decretó laureles de vencedora, no hay porqué extrañar si el solo anuncio de su llegada, si su solo nombre, produce una sugestión en nuestra sociedad, y una nerviosidad latente, la sacude desde hace días.
Es el mismo fenómeno que ejerce Tina di Lorenzo “la encantadora”. En su última temporada en Buenos Aires, varias veces escuchándola en el Odeón, había formado el propósito severo de criticarla en ciertos amaneramientos que no concebía en una artista de su talla y sobre todo en Los Amantes, Frou Frou, Romeo y Julieta y esa imperecedera Locandiera de Goldoni, donde nadie superaría por sencillez y eficacia a mi pequeña y antigua amiguita de mi emocionante vida militar.
Pero cuando llegaba al examen de conciencia, aquilataba lunares y méritos, faltábame valor para apuntar los primeros y, si lo hacía, era tímidamente, casi disculpándola, seguro de silogizar de nuevo por su modo de recitar, que aquellos pequeños vicios tildados por mi anatomía, eran inherentes al temperamento de la gentil Tiria; no afectación, sino únicamente reflejos del substratum de un carácter.
Así ha sucedido con la Guerrero, aunque haya anotado las minúsculas contradicciones del experimentalismo en juego con débiles traiciones de procedimiento.
Sí esto pasa a los críticos de conciencia firme y recta ¿qué sucederá a la mayoría del publico que en sus ídolos no admite más que el lado bello, atrayente, fascinador?
Córdoba pues, asistirá otra serie de triunfos merecidos y los intelectuales, podrán, por pocos días, hacerse la ilusión de encontrarse en otro mundo espacioso –olvidado de las vulgaridades de la vida– en las serias regiones del arte.
Mi distinguido amigo y colega Ruiz de Velázquez, que abandonara el periodismo para ser secretario del señor Díaz de Mendoza, me asegura que éste ha hecho grandes progresos y tiene el dominio completo de las tablas; y ello no me extraña porque recuerdo hace poco tiempo de un hilo del gran Salvini, quien estuvo en el Rosario representando, mediocremente, papeles de primer actor, y hoy, a tres o cuatro años de distancia, se ha revelado casi una celebridad venciendo en Pisa, Roma, Bolonia y Florencia en trabajos escabrosos como Edipo Rey y Rey Lear.
Me felicito pues del progreso subrayado por la prensa cosquillosa de Paris y Milán y me alegro que así sea, porque, en homenaje a mi honestidad de crítico, fui duro alguna vez con el joven patricio que, con valeroso desprendimiento abandonó la vida del noble, rompió con las tradiciones de casta y pasó atrevidamente el Rubicán, ofreciendo (como ya lo hiciera el marqués Capranica del Grillo con mi ilustre tía la Ristori) su mano de grande de España a la artista más genial y hechicera que honra las escenas ibéricas.
Un apunte
¿Por qué María Guerrero y su esposo –ambos espíritus ilustrados e hijos de la misma época– no evolucionan un tanto en su repertorio enmohecido y abarcan el ciclo de los dramas ibsenianos, y los modernísimos de Italia y Francia?
Aquí que nos han aplastado por medio siglo con los melodramas estilo Los pobres de Madrid y El Cabo Simón, sería para nosotros un verdadero obsequio asistir al estreno de Los Espectros, La Veine, L’Amica, Indifele, La Samaritana, La Ciudad Muerta, Los Amantes, Pan Ajeno, Los Tejedores, Bonne d'Enfant y Cassio Cherea, en lugar de hacernos engullir tanto Calderón, Tirso, Lope y Ventura de la Vega, clásicos cuanto se quiera y tesoros de la lengua, pero también manjares indigestos para nuestros paladares de gourmands refinados.
Se me objetará que siempre repito la misma cosa; que la diva María anuncia nuevas obras; sí, pero no son las que universalmente por mutuo convenio, la intelectualidad de ambos mundos ha reconocido cual creaciones geniales merecedoras del aplauso de todos los públicos.
Y ahora que la oportunidad se presenta deben los cordobeses llenar de bote en bote el regio Rivera Indarte y admirar a la Guerrero en sus geniales creaciones sin escatimarle los aplausos, pero respetándola y no pidiéndole las chansonettes de su tierra cual si fuera una divette de café concert.
Por la dignidad del arte, no debemos convertir el sagrado recinto de Melpómene y Talía en algo que recuerde demasiado los teatruchos frecuentados por marineros, cocottes y los circos de toro.
Una melancolía envidiosa: vosotras morenas y rubias lectoras que me habéis visto siempre con tanto entusiasmo asistir a las tournées de la deliciosa María Guerrero, me tenéis ahora imposibilitado de recrear mi espíritu escuchándola: como el pájaro cautivo que anhela la libertad del bosque para embriagarse en el poema armonioso de la naturaleza yo no puedo romper los fierros de mi encierro y por el arte y para el arte, me es vedado tener oídos y experimentar emociones.
A vosotras gentiles, siempre primeras en saludar con simpatía a la dama que nos visita con doble corona aristocrática –talento y nobleza–, un ruego: Después de haber reído y llorado, vencidas por la alegría y el dolor de María, no seáis avaras en aplausos. Dad el buen ejemplo o los hombres tan engolfados en las exterioridades de la etiqueta y el: qué dirán? que, hasta medidos son en las demostraciones de aprecio sofocando cualquier ardiente expansión del espíritu.
Aplaudid, aplaudid mis bellas damas y graciosas niñas, a la Guerrero! Imitad, imitad sin temor vuestras elegantes hermanas de raza latina las cuales, en París, en Roma, Milán y Madrid, llaman hasta treinta veces al proscenio a las soberanas victoriosas del arte.
Y este es un tributo que enaltece; es el vuelo del alma empapada en las altas idealidades de la Hermosura y de la Verdad, cuyo culto veneraron desde Grecia a nuestros días, los pueblos más sensibles, ricos y civilizados del mundo.
Córdoba, Agosto 6 de 1901