“Teatrales. Rivera Indarte. Xenius”. La Voz del Interior, Setiembre 30 de 1917: 4

Honrosamente escrita esta comedia que lleva en sí la dificultad de ser desarrollada en un lugar ideal y cuyos personajes centrales son símbolos y no seres humanos, con la agravante de estar dialogada en verso, ha sabido imponerse en tal forma que en todo momento ha tenido pendiente interés de los espectadores por la bella filosofía de sus frases y el espíritu que en sus pensamientos admirables a la edad del autor y el ambiente en que vive.

 El primer y segundo acto de Xenius son dos magníficos actos de comedia: hay allí vida, movimiento, teatralidad, ingenio, belleza y agilidad en el diálogo; riqueza de lenguaje, sobriedad de situaciones y detalles maestros de escena. En versos brillantes y sonoros se desarrolla la acción con una naturalidad que encanta y los finales de acto se marcan con incidentes tan fuertemente emotivos que el espectador recibe la impresión brusca y directa del momento teatral espléndidamente buscado.

Si el autor hubiera continuado su comedia con la trama y el argumento presentado en esos dos primeros actos, la obra se hubiera realizado fuera de toda duda dentro de su estructura primordial, con menos cosecha de aplausos, quizás pero con más intensidad de sentimientos artísticos en el espectador, pues aunque el tercer acto constituye aisladamente un formidable esfuerzo de realización de idea, en el segundo cuadro (el patio del manicomio) cuyo objetivo de amarga ironía es tan delicado que es difícil llegue a comprenderlo el público despreocupado que no busca la intención o no quiere entenderla, no está en condiciones de llamar la atención del espectador que espera con impaciencia la solución de los argumentos presentados en los primeros actos, mucho más cuando es difícil trasladar la emoción de un público desde un balcón sentimental a un patio de manicomio. Pero ello en realidad no es un defecto fundamental que pueda considerarse como tal en la comedia ni mucho menos. Si es verdad que el público se distrae, recoge sin embargo, en el diálogo la solución de la trama que le interesa.

Hay en este acto de los locos tal viveza de diálogo y tal propiedad en el lenguaje de cada uno de los personajes que actúan en el manicomio, que realmente admiran, hasta en el final, con ese corte maestro de escepticismo profundo, en un joven que revela tal desencanto de la vida cuando a sus años tan natural parece que fuera más propio el optimismo sentimental.

El cuarto acto soluciona la trama ya diluida y algo confusa de la comedia por la extensión de las escenas episódicas, eligiendo para ello el autor una gran fiesta que por el ambiente aristocrático en que parece desarrollarse no es propio sucedan ciertas escenas escabrosas que desmerecen del conjunto, pero que sin discusión los salva el autor con la sutileza del diálogo y la habilidad en la elección de los recursos teatrales. Quizás alguien se haya referido a la falta de argumento central en la comedia donde priman en realidad intereses, conceptos y sentimientos diversos sin dar a ninguno la importancia fundamental de un eje sobre el cual gire todo el desarrollo del drama, en suma, la falta de unidad. Para nosotros eso no constituye defecto, por cuanto el joven Martínez ha tenido en vista para la realización de su obra un funcionamiento, un gran pensamiento y lo ha realizado en la medida de sus fuerzas que ya es mucha.

Con Xenius, R. V. Martínez deja entrever un porvenir brillante en el teatro. La fluidez del verso, la facilidad del recurso escénico y el corte delicado de sus obras revelan en él un escritor de fibra que con el tiempo ha de producir óptimos frutos: debe alejarse, eso sí, de herir la susceptibilidad de sentimientos íntimos con escenas algo escabrosas y crudas que ni lo justifican ni la valentía ni lo apoya el buen gusto.