SUAREZ PINTO, Carlos. “La comedia de costumbres”. La Voz del Interior, 19 de Mayo de 1915: 4

La comedia la definió Moratín como la imitación de la vida de la sociedad, pintando los hombres con sus vicios y defectos, los incidentes de la vida diaria y familiar, con todas las puntualizaciones necesarias, sin dar lugar a la ridiculización de los personajes, que representan tipos creados con el objeto de hacer notar los defectos y costumbres de  los pueblos; y en ese sentido, la obra de Julio Carri Pérez es esencialmente la comedia definida por Moratín, como la comedia de costumbres propiamente dicha, pues él introdujo en el teatro español tan notable progreso, cuando éste estaba aletargado con la representación  puramente artificial  y hechos sin más trascendencia que una moraleja filosófica, fundada en principios que eran, casualmente, el mayor defecto del pueblo español.

La comedia de costumbres cordobesas de Julio Carri Pérez, es la creación más notable de este género en nuestro teatro, aunque, a decir verdad, poco se ha cultivado entre nosotros, no sólo por la falta de aptitud, sino por la falta de valentía, que es la cualidad que he de aplaudir en esta producción del autor, por cuanto sus condiciones intelectuales han sido sobradamente probadas en sus obras anteriores.

Salamanca no parecería hermana de las otras producciones, si no la distinguiera el sello de un ideal que es uniforme en el autor y esa concepción atrevida contra el ambiente social que mina y destruye todas las iniciativas, porque se encierra, en un concepto rígido de prejuicios rancios y falsa aristocracia; sino la distinguiera también esa viveza inesperada y original de las escenas más culminantes de la obra, donde el espectador ansioso y sabiamente atraído a esa ansiedad, busca una solución rápida que el autor sólo consiente darla cuando ha vislumbrado la intención del aplauso por la comprensión exacta de su motivo esencial.

Pero volviendo a la comedia de costumbres, Salamanca es en realidad una de esas comedias que fustiga magnamente el vicio que pinta, inspirando a un personaje de realce típico sus doctrinas, como dando el remedio con el mismo criterio que destruye las conclusiones falsas e infantiles de nuestro medio ambiente, y por eso Salamanca ha de producir un efecto saludable a nuestra sociedad; porque en ella no se hace una crítica que encona, grosera y desconsiderada, como se ha pretendido insinuar. La crítica que Salamanca hace a Córdoba es moderada y eficaz, inspirada por un cariño más que entrañable y la demostración más evidente a mi entender es que en ella no se hieren las susceptibilidades personales, si aquellas que el mismo público descubre cuando encuentra los propios tipos de su ambiente en la escena, la insistencia deliberada y fogosa en la que anima a curar esos males que hacen de nuestra vida social, de nuestro concepto científico y político, el escarnio más estupendo a los progresos del siglo y a la cultura de nuestras clases.

Salamanca no tiene época de acción y el autor ha obrado con marcado acierto en ese detalle que es esencial. Bajo otro punto de vista la comedia de costumbres es casi simbólica, en ella no se toma como finalidad la consecuencia lógica del hecho que desarrolla. Este, como lo ha dicho muy bien en estas mismas páginas mi amigo y distinguido hombre de letras Raúl W. de Allende, es simplemente el pretexto para manifestar los vicios y defectos de un ambiente y de una sociedad, o de una época, o de una situación política o social; ese es el rol de la comedia histórica si se quiere, pero nunca de la comedia de costumbres en la que el autor tiene el perfecto derecho de recurrir a las diversas épocas, para encontrar elementos tendientes a su fin primordial y definitivo, que es corregir poniéndolos de relieve los vicios de que adolece el medio, aunque para ello tenga que recurrir a anécdotas de hace cincuenta años, si ellas son todavía la expresión inmediata real de un ambiente que, con ese solo dato, prueba que necesita una corrección rápida y eficaz, ya que los autores pueden con toda facilidad traer asuntos antiguos sin encontrarse extraños al medio.

En la comedia de Julio Carri Pérez, se crítica el ambiente social estrecho, fundado en postulados rígidos y muertos, porque les falta para la vida el aliento vivifico de la prueba y la realidad, que es el alma de todo principio que no sea un axioma, y esa apariencia de saber, ese boato intelectual que fue siempre el patrimonio de los imbéciles y que desgraciadamente en nuestro ambiente “salamanquino” ha llegado a ser como el carácter distintivo de nuestra sociedad, después de sus consabidas y confesadas intransigencias políticas y sociales, que ha hecho exclamar a un escritor francés que visitó la Argentina hace dos años y escribió luego sus impresiones de viaje en un concienzudo estudio sociológico, que “los cordobeses compran los libros y no los leen”, no ha querido con esto significar, ni creo lo signifique Salamanca, que entre nosotros no hay estudio, dedicación y trabajo; ha creído expresar que en ese ambiente vivimos y que era necesario luchar contra las imposiciones de cerebros extraviados de una vanidad de saber, que no han podido digerir por la falta  de disciplina, de estudio y muchas veces de inteligencia. Y al atacar así, en forma tan categórica, no creo atacaran a personas determinadas, ni creo que nadie se dé por aludido, pues el hecho de manifestarse molestado por estos conceptos sería hacerse el ínfimo honor de reconocerse en tan molestas condiciones. Salamanca ha pintado tan bien algunos tipos salientes de nuestro medio, que no es extraño, más de una vez el público haya descubierto el personaje, velado por lo colectivo de su carácter.

El cuadro está completo y el conjunto es un estudio. El tío socarrón y ameno, pero nulo de voluntad, que no pudiendo marchar contra la corriente, espera que otros  adelanten para agregar su grano de arena, en una obra que no se da cuenta si es buena pero que por lo menos le libra de imposiciones y le atrae por sus destellos que se imponen hasta a los más dejados y huecos de corazón y de cerebro, están magistralmente pintado y espléndidamente interpretado por el distinguido actor señor Juan Mangiante. La beata melosa y desabrida que es menos cristiana que el más desalmado de los impíos, por cuanto ellos no usan del nombre del Cristo para cometer egoísmos, hipocresías y sembrar a su paso intrigas de las que suelen resultar hogares desmembrados, honores vilipendiados, nacidas de sus “inocentes” arrebatos o de su celo católico, tiene en la obra de Carri Pérez toda la acentuación que merece personaje tan abundante como corrosivo en nuestra sociedad; y entiéndase que ese ataque a las beatas de este estilo y uso no es como otros han pretendido, un ataque a las creencias religiosas de la sociedad, sino una crítica perfectamente justificable por cuanto esas beatas hacen de la misma religión una burla y del concepto social una utopía. La señora Diana ha sabido hacer de ese papel una verdadera creación, que la realza en nuestro concepto, pues era un papel delicado por el peligro de una exageración, que hubiera convertido la crítica en caricatura y el personaje en fantoche para divertir al público.

Otro personaje saltante de obra, el presunto maestro de las nuevas generaciones, el fatuo y ensoberbecido “doctor”, que hace gala de su inteligencia y de su preparación; esa especie de sema-dios de nuestra sociedad, a quien las damas piden opinión de sus dudas; a quien recurren creídos en su saber y cordura, las asociaciones científicas, literarias y musicales, miembro de otras tantas comisiones de arte y de literatura, es el personaje más típico y mejor perfilado de la obra, el más valientemente dibujado, el que se ha prestado para la concepción grandiosa de un ideal que el autor demuestra por el absurdo de ese tipo.

Gialdroni ha sabido mantener en esta interpretación, una discreción que llamaríamos tirana para un artista que gusta de sus “morcillas”, que el público aplaude porque son ocurrentes y cómicas, pero que en esta obra no cuadran por su naturaleza.

Hemos de estudiar la vieja, ese tipo tan real en el cuadro preciso de la vida cordobesa. Su ingenuidad, que sólo le permite encontrar los medios que tiene a su alcance para realizar su fin sin preocuparse de los obstáculos, ya sean ellos los más importantes; el deseo apresurado de casar su hija a despecho de las otras madres que buscan el mismo blanco, con el objeto de ser el motivo de una envidia con la que gozan sus espíritus superficiales, pero sinceros, esa matrona que cree morirse cuando es el centro de una crítica social, pero que en el momento supremo vencida por su ternura maternal y su sentimiento nato de bondad abandona sus máximas y sus principios, y busca en la nueva vida la futura educación de su familia, que está tan magníficamente delinea da en Salamanca que al artista, la señora Manzini, le ha de costar un esfuerzo, ya que ese papel debe ser una creación y una creación superior.

Horacio, en él ha personificado el autor con sus ideales, sus doctrinas, sus tendencias y todo comentario sería ocioso. Bástenos decir que tipos de la talla moral de ese nos hacen falta para destruir los vicios de nuestra sociedad y que encierra todo el carácter de la nueva  generación. A Horacio se le admira, no se le comenta. El intérprete ha sabido estar a la altura del personaje.

¡Querido Carri!: Sólo me resta darte un abrazo de amigo y un voto porque ese anhelo por tu pueblo no lo mitiguen ni el tiempo ni los reveses acoge siempre con salvas de aplausos

El surco está abierto y por tu mano, a la obra, que el que trabaja recoge 1o que siembra.

C. Suárez Pinto Mayo 17 de 1915.