Los dos años anteriores han afirmado ante el público de la capital y de provincias, la preponderancia del teatro nacional.
Las cifras que arrojan los balances de la Sociedad Argentina de Autores demuestran la afluencia efectiva de los públicos, con prescindencia absoluta de las autoridades, que debieran estimular el desarrollo de una entidad tan digna y merecedora como el teatro. Lo que viene a demostrar que nuestro incipiente teatro es ya una realidad, a cuyo servicio están autores eficaces, cómicos inteligentes, obras correctas, empresarios confiados y públicos cariñosos.
Este año nueve compañías nacionales se presentaron a disputar el favor de Buenos Aires. De ellas, tres terminaron por haber equivocado los gustos del público, otra, la del Odeón (Pagano-Ducasse) por petulancia de sus directores y por la mala calidad de las traducciones que le sirvieron de repertorio. Quedan pues, seis compañías que compiten en interesar al público con sus representaciones. Todas ellas tienen comprometidas su temporada hasta diciembre en la Capital. Y bien; se han estrenado varias obras de éxito, que recién conocerán los públicos de provincias en el verano sofocante y poco propicio a las funciones teatrales.
Eso ocurre porque los autores porteños se han preocupado muy poco de los públicos provincianos, que en realidad rinden un beneficio grande y constituyen el mayor porcentaje sobre el monto de sus derechos.
Únase a esto, el detalle de que los cómicos erigidos en empresa, exigen de los autores de éxito la exclusiva de sus obras para la proyectada gira del verano y explicaremos así, el hecho de que casi fracasen las temporadas que las compañías nacionales hacen en provincias con su eterno repertorio, en invierno.
Deben darse cuenta los autores, de que a medida que el público porteño adelanta y mejora sus gustos, los de provincias tienen mayores exigencias y ya no aceptan esos conjuntos heterogéneos, con las viejas obras que no demuestran ningún adelanto, ni suman ningún prestigio a los progresos evidentes del Teatro Nacional.
Las exclusivas de las obras deben hacerse como en el extranjero, mediante una prima que la empresa tramita con el autor.
Y si eso se hace en Europa, donde una obra de éxito es solicitada inmediatamente por veinte compañías del género que se hallan actuando fuera del lugar del estreno, con cuanta mayor razón debía hacerse en nuestro país, donde Buenos Aires es la única plaza que rinde pecuniariamente a los autores teatrales.
El autor de una obra de éxito estrenada en el mes de marzo o de abril, al dar su exclusiva a la compañía que la estrena, pierde hasta diciembre, en que dicha compañía la explotará en provincias, ocho meses de los más rendidores en una gira.
Quiere decir esto, que por una simple razón de intereses, las exclusivas deben únicamente darse en Buenos Aires, mediante una prima que oscilaría, según los informes de la agencia general y la época del estreno.
La temporada porteña se caracterizó en un principio por el entusiasmo de los empresarios y por el favor que el público dispensó a los espectáculos. Poco a poco este público tolerante, fue transformándose, eliminando a los conjuntos de orden ínfimo, que fundados en el prestigio más o menos brillante de sus directores, pretendieron engañarlo con bodrios y traducciones que no estaban dispuestos a propiciar.
Cuánto mejor hubiera sido que esas llamadas compañías nacionales, se radicaran en provincias y previos los contratos especiales, estrenaran conjuntamente con las compañías porteñas, las obras que han constituido los éxitos de la temporada.
Es necesario que las provincias sean tomadas en cuenta y que los autores consulten sus liquidaciones, aprecien el monto de los derechos percibidos y el ambiente que la crítica periodística forma en torno de una leve manifestación superior.
Las compañías nacionales deben saber que las provincias merecen la atención debida y que el repertorio de la Sociedad Argentina de Autores debe explotarse como es debido, representándose a la par de la Capital.
En esa forma los autores, que felizmente ya pueden vivir del teatro, con menor número de producciones percibirían los derechos a que hoy sólo pueden aspirar mediante la mayor cantidad de obras.
Y ganarían todos, autores, cómicos, empresarios y público.