Autor y obra
Cuanto más escriban críticos, autores y hombres de letras acerca de la situación actual del teatro, algo nuevo surge siempre que decir, lo que significa que el tema es inagotable, y el problema no de fácil solución, ya que se la busca de tan diversas maneras, y origina distintas preocupaciones.
El mal que aqueja hoy al arte de la escena es un hecho real, y refiriéndonos únicamente a nuestro país, está a la vista que el público en su inmensa mayoría aparece desviado del buen teatro, o sea, de la obra de arte, en el sentido propio y tradicional del concepto.
Pero habría preguntar si está desviado porque no se le brindan buenas obras, o porque el público prefiere las malas.
Lo primero invocan como pretexto "los enfermos” del cine, para justificar su alejamiento del teatro, y aunque tal causal existe, creemos que la segunda, es la principal y eficiente.
Una gran parte del público prefiere hoy la obra subalterna, desarticulada, de diálogo chabacano, cuando no del peor gusto. Y no hacemos afirmaciones gratuitas, sino que nos apoyamos en la realidad de los hechos. Una comedia de sano fondo, limpia, sin morbosidades y de correcta forma, no arrastra como La virgencita de madera o Boite rusa. Y como éstas, muchas otras, que han sido la columna fuerte en la actual temporada de Buenos Aires, y que no resisten a un examen crítico serio, ni al más complaciente análisis de su construcción, ni de su estilo.
Fenómenos son éstos que se observan, no sólo allí sino en todas partes, y examinándolos ante la experiencia de lo que se ve, no debiera culparse en justicia, solamente al público sino a los autores. Si el público se ha acostumbrado a un determinado repertorio, al mal teatro, al público acaba por gustarle eso, lo que le dan, es decir: al público “se le ha echado a perder”!
Concesión al público
A la frase corriente de que "hay que escribir lo que al público de hoy le agrada”, debemos contestar con ésta otra: hay que escribir obras que hagan cambiar la orientación del público.
Hace tiempo, y en estas mismas columnas, insinuábamos esta proposición, que es de todo punto realizable.
En efecto, si es el autor quien ha inducido y llevado al público en determinada senda, y le ha estropeado el gusto, el autor es precisamente quien puede también con la buena obra hacerle cambiar de ruta, mejorando el gusto, y atraerlo como antes al teatro de verdad, a la obra de arte.
Si el autor ha podido hacer, o para mejor decir, ha hecho lo primero, podrá igualmente conseguir lo segundo. Pero he aquí el punto delicado, o sea el obstáculo que encontrará aquel en su propósito: el empresario industrial o el director empresario. Este pensará entonces en su público, y en los bordereaux de las doscientas o más representaciones de la obra tal, que tiene en cartel!
El empresario, además, se atiene ante todo a la firma del autor que le lleva o manda la comedia. Si ésta es de los cotizados en plaza, léase Capital Federal, allá ve la obra, sin tener en cuenta, que de Benavente abajo, han producido obras inferiores, que no están a la altura de su fama. En cambio, si es de autor novel, o de quien no es aún conocido en Buenos Aires, entonces no hay que pensar en dar la obra ni quizá en leerla siquiera porque la presumen carente de todo valor. Y el autor, que quizá ha escrito una comedia de condiciones, deberá resignarse a no representarla o a cambiar de rumbo en su producción. O lo que es lo mismo, a no pretender mejorar el gusto del público, sino en adaptarse a éste.
Ese autor en vez de ser el colaborador del empresario en una campaña de arte, viene encontrar en éste, su natural enemigo. El empresario cierra así muchas veces el paso al autor bien inspirado, en el mejoramiento de la literatura dramática, que se ve detenido en su camino, perdida la brújula, y perdido el estímulo para seguir adelante.
El director-empresario al recibir una obra, no la examina con un criterio artístico, para determinar su importancia y valor, sino con vistas exclusivas a su negocio, es decir a la boletería. En una palabra la industria del teatro, primando sobre el arte teatral.
Desalentador panorama
No pretendemos por cierto que el empresario no ha de consultar sus intereses de tal, ni mirar por su negocio, pero si creemos, dentro de nuestra proposición, de que el autor con su obra debe orientar al público, y no éste al autor, que el director-empresario, mucho podría hacer en tal sentido, con un poco de altruismo y buena voluntad, porque debe tener en cuenta como alguien ha dicho que la actual situación no ha de perdurar, y que pasada ésta podría producirse para él un verdadero “crack”.
Muchos creen que el estado actual de la literatura dramática es un estado de transición. Así pensamos también, pero sí que esa transición no será hacia el futuro nuevo, sino hacia un pasado mejor. Ya se notan síntomas de ello bien marcados en varios escenarios extranjeros sobre todo en el teatro francés, aparte del retorno a Shakespeare, Goldoni o Molière. Es que la reacción es lógica: no siempre lo nuevo es lo mejor.
Pero volviendo a lo nuestro, otro factor importantísimo para conseguir el cambio en la orientación actual del público, como lo dijimos aquí mismo, hace más de un año, sería el teatro oficial de comedia, ensanchando así las puertas de entrada para el autor y estimulando la obra de calidad, todo sin los inconvenientes- del empresario industrial.
Y bien, ya lo tenemos al teatro oficial, funcionando desde la iniciación de la actual temporada, con su comisión de lectura de obras, y su acreditado director artístico. ¿Pero qué se ha hecho en el sentido indicado? No es agradable decirlo, pero no debemos callar: poco, muy poco en verdad.
Bastaría para demostrarlo, recorrer el repertorio llevado a la escena de su sede oficial, y los juicios críticos que aquél ha merecido, aun descontando la benevolencia usual en estos casos. Que lo diga sino la obra denominada Rio, el último estreno de la temporada. Y para completar ésta, han vuelto all’antico, o sea a Locos de verano.
Dicen que se ha hecho un ensayo, que ha sido una experiencia. Así sea. Pero como la experiencia es una de las fuentes de la sabiduría, es de suponer que algún provecho se saque de ella para el futuro.
Pero a pesar de todo, seamos optimistas y esperemos el mejoramiento que anhelamos, recordando las palabras de un conocido escritor que en una conferencia dada hace poco y en el propio escenario del teatro oficial, decía: “El teatro actual está conspirando contra sí mismo, con ensayos audaces que debido a sus incoherencias, a su extravagancia, pueden llegar a alejar al público. Los buenos autores modernos, agrega Monner Sans, han de sustituir a los favorecidos hoy en el tablado”.
Los que amarnos y cultivamos el arte escénico, debemos confiar en la reacción que ha de legar, con el esfuerzo de todos.
Nulla res magna sine labore venit.
Córdoba, octubre de 1936.