Desde su origen, en todos los tiempos, en todos los países civilizados, se ha considerado al teatro, como uno de los géneros literarios de más nobles manifestaciones, y de más amplios y eficaces medios para llegar a la sociedad, ya sea con la finalidad de educar, de corregir costumbres, o simplemente con la de procurar una distracción o deleite espiritual
De esa misión o finalidad, ha surgido el teatro de tesis, de ideas, de situaciones, de caracteres, o únicamente de simple comicidad y esparcimiento. El teatro tiene entonces una misión en el pueblo. Instrumento de difusión de cultura, expresión de arte, cumple un propósito y se extiende a todas las escalas de la sociedad.
Sin embargo la literatura escénica, como todos los órdenes y valores humanos ha pasado al correr de su historia, por diversas etapas; ha experimentado distintas evoluciones, y ha engendrado modalidades de acuerdo con los tiempos y las costumbres.
Así hemos llegado al presente, en que el teatro parece encontrarse en un momento de ocaso, de descalabro, de crisis. El grito de alarma ha cundido por todas partes, en España, en Francia, en Italia, y también entre nosotros, preocupándose literatos, críticos, autores, de estudiar e investigar las causas de semejante fenómeno. Todos se preguntan el porqué de tal situación, todos se asustan ante el panorama desolador del presente y todos, en fin, procuran el remedio que ponga término al actual estado de cosas.
El cinematógrafo dicen unos, la radio, los deportes, dicen otros, y todos escriben, discuten y hasta celebran congresos, como el realizado hace poco en Italia, en que mucho se habló, pero a muy poco, o a casi anda práctico pudo arribarse.
No insistiremos aquí en esas disquisiciones, ni menos para abordar el problema universal, sin desconocer por cierto que aquellos factores, sobre todo el cinema, enfermedad reinante entre nosotros, sea una de les causas de la situación actual porque atraviesa el teatro.
Pero esa enfermedad aunque grave, no matará al teatro, y por lo tanto pasará; porque en definitiva, es un fenómeno del momento es un aturdimiento colectivo, una sugestión ambiente, una fiebre, que no puede perdurar mucho tiempo, y que terminará por hastío, por cansancio, porque como dice muy bien Jacques Copeau “con la loca anexión de la palabra a la pantalla”, el cine traba “la contra sí mismo y llegará el momento en que estalle su crisis, y entonces dejará el campo libre”
Pero concretándonos al fenómeno de nuestro país, y aparte de las causas apuntadas, creemos que el mal radica también en otros factores, y que son otros factores además los que podrían, sino curar el mal de repente, por lo menos atenuarlo paulatinamente, hasta restablecer su antiguo dominio, como dice el prestigioso crítico francés.
En efecto, qué ocurre en la Argentina, qué sugerencia nos ofrece la temporada teatral de este año en Buenos Aires; qué nos dice en pequeño, la nuestra de Córdoba?
Desde luego, la producción nacional ha sido pobre en cantidad y en calidad: ha dominado en los escenarios el teatro extranjero, y de éste lo peor, salvo contadas excepciones. Así pues, el teatro nacional ha estado casi ausente: los autores no escriben, y si escriben no representan, y en cambio llegan a la escena, las obras más inferiores, las más subalternas. No divagarnos, desde que la demostración de todo esto se halla en los hechos: está a la vista.
Sostienen algunos que el autor debe amoldarse a los “gustos” actuales del público, y que éste hoy no quiere ir al teatro, sino a reír. Luego no hay que escribir, sino ese teatro, y lo demás es perder tiempo, es escribir comedias para que “esperen turno” en las secretarías de los teatros, o en el escritorio de algún director artístico más o menos embotellado, cuando no es un autor con obra en cartel, o próximo a estrenarse en su teatro.
Escribir para los gustos del público! Y cuáles son esos gustos? Nos lo dicen las carteleras con sus títulos, y con la duración de esos títulos en ellas. El público vuelve las espaldas a la comedia fina, de fondo sano y de cuidada técnica, pera llenar las salas donde impera el teatro frívolo, superficial, no cómico, por cierto, sino chabacano, y hasta grosero.
Pero tiene acaso el público la única y principal culpa de tal situación y de tal estado de crisis? Pensamos que no, porque son los autores y los empresarios quienes lo han preparado: los primeros con obras subalternas, y de mal gusto; los segundos con su propósito exclusivo de ganar dinero, de industrializar el teatro a expensas del arte.
Porque no es el público quien debe orientar el teatro, sino los autores quienes deben orientar al público.
El público no va hoy en busca de la obra de arte, sino se lanza tras el plato fuerte a que lo han acostumbrado: el pan de cada día, en la escena. Y es porque ese es el alimento espiritual que se le proporciona hoy, y a ese teatro al que se le ha habituado. No es el público quien exige esa producción, morbosa, fofa o subalterna, sino al contrario, son los autores y empresarios quienes han echado a perder el público, proporcionándole esa sugestiva y alucinante producción escénica.
¿Dónde estaría entonces el remedio? En cambiar la orientación del público, en curarlo de su actual enfermedad, en volverlo a sus tradicionales gustos y aficiones, en su propio beneficio, y en el de la sociedad en general.
Y esto se conseguiría con una resolución firme y decidida de los autores, y con un poco de buena voluntad y sacrificio de los empresarios. Los primeros, escribiendo buenas comedias; los segundos mirando un poco más hacia la cultura artística, y un poco menos a la taquilla y a sus bordereaux.
Que el remedio es algo fuerte, que hay interés en contemplar dentro de lo humano, y de les exigencias de la vida. Bueno; pero es que si no lo hacen así, tampoco pueden estar seguros de que el estado actual de cosas ha de perdurar, y que de insistir en el error, puede llegar un momento, y quizá pronto, en que ese público saturado ya de virgencitas ya sean de madera o ya milagrosas, deje a los empresarios con sus salas vacías. Ahí está el ejemplo de lo ocurrido con el sainete criollo; de teatro chico.
Es tiempo ya de la renovación, mejor dicho de la depuración del teatro. Lean los directores artísticos o los directores de compañías las obras que se les presentan, sin tener en cuenta las firmas, libres de prevenciones. Libres de prejuicios, y si esas comedias son buenas, llevándolas a escena los empresarios de teatro, que si por el momento no halagaren al público, al fin, éste terminará por olvidarse de las sandeces con que viene nutriéndose y volverá al buen camino restaurando sus anteriores gustos e inclinaciones en materia de teatro.
Otro remedio sería, y esta idea no es nuestra, la del teatro de comedia oficial u oficializado, como existe en París, en Madrid y otras ciudades de Europa, con un aporte pecuniario del Estado. El asunto lo han tratado ya algunos diarios de Buenos Aires, y con razones firmes y convincentes.
De este modo se conseguiría ensanchar los puertos de entrada a la producción nacional, estimulando a los autores nuevos y a la formación de buenos elencos; y el público se encausaría en nuevas corrientes. Desaparecía también el inconveniente del empresario industrial, ya que en el teatro oficial no existiría. Y no se diga que para la nación podría ser esto demasiado oneroso, cuando acaba de subvencionar con veinte y tres mil pesos a una empresa particular, para diez funciones destinadas a escolares, con una obra extranjera, y que no ha resultado adecuada para escolares!
De todas maneras, algo debe hacerse, si no se quiere que la literatura teatral naufrague en el caos, y si se desea encauzar nuevamente al público en la senda del buen gusto y de las legítimas expresiones del arte escénico: consiguiéndose así que, como otras exteriorizaciones del arte y del saber son una demostración del progreso intelectual de nuestro país, también nuestro teatro pueda aparecer digno dentro de ese cuadro y, levantando del mismo modo su nivel actual, haga honor a la cultura argentina.