El autor de esta obra demuestra, desde las escenas iniciales, que conoce los resortes del teatro. A través de los dos actos nutridos, enjundiosos y fuertes se revela un temperamento dramático de verdadero fuste. Dialoga con naturalidad y precisión, ajustándose al carácter de cada tipo. Insinúa el tema y lo desarrolla eficazmente, seguramente, marcando las diversas incidencias con un sentido laudable de la proporción y el equilibrio. Excepción hecha del final del acto segundo que se resiente un poco de falta de preparación, dañando la emotividad de la situación culminante, que es sin disputa vigorosa y alta, el trabajo es meritorio y denuncia, en el señor Florencio Lazcano, joven todavía, un autor de fibra y nervio, capaz de la síntesis escénica, que es la vida del teatro.
El asunto se resume en dos conceptos. Un hogar modesto, honorable y digno, se ve espoleado por la miseria. El hombre de la casa no consigue emplear su actividad laboriosa.
Tan sólo una mujer, flor de nobleza y de sacrificio, en su plena juventud aporta la exigua contribución, alma sensible de artista, con las armonías de su violín, en una orquesta de café. Pero la flor ha sido deshojada al soplo de la seducción fementida, obra de un pasante sin escrúpulos, los que tuvo la habilidad de las cobardías de su clase, y retira su palabra reparadora, pretendiendo substituirla con la acción de una droga que borrará las huellas de la falta. La joven arroja del hogar al miserable y vuelve al agobio de la lucha, –inmaculada de alma– hasta que un día el seductor, súbitamente transfigurado, después de escuchar, sin ser visto, una vibrante ejecución instrumental que traduce toda la ternura de la pobre víctima, reacciona repentinamente y se echa en sus brazos al empuje de una fuerza interior que lo transforma, reanimando la muerta dignidad y la emoción afectiva.
No es nuevo el tema, pero está tratado con vigor y eficacia. Los tipos se ofrecen bien dibujados, bien sostenidos y bien contrastados, según el antiguo precepto, que es ley vigente del teatro. El lenguaje apropiado y medido. La verbosidad huera, tan fácil siempre, brilla por su ausencia.
En cuanto a los intérpretes, llenaron su misión con todo acierto, poniendo en obra una conciencia artística que honra al’ simpático elenco. Distinguiéronse, especialmente, las señoras Quiroga y Viana, y el señor Podestá.
La disfrazada señala, pues, un legítimo triunfo, que hizo salir al autor varias veces al palco escénico.