Por segunda vez fue puesto en escena, en la sección “Corso” del día de ayer, el poema dramático de Julio Carri Pérez.
En nuestra crónica anterior no nos ocupamos –a designio – más que del poema en sí, sin comentar el valor de la interpretación dada por los elementos de la Compañía Jambrina.
El propósito obedecía, en manera exclusiva, al hecho de querer emitir un juicio de la mayor exactitud posible, desde que –lo confesamos sin reservas – en la tarde del estreno constatamos una labor artística que superaba, sin dudas de ningún género, a toda la desarrollada por la compañía en la presente temporada.
En toda obra de una gran fuerza emotiva, como lo es El nocturno de Chopin, acontece que los intérpretes experimentan, en la sucesión representativa, un desgaste de la propia emoción, que se torna por la frecuencia, y el escaso espacio de tiempo que media en la reprise, en un verdadero hábito que se traduce en una interpretación automática, maquinal, defendiéndola –en forma exclusiva– a base del recuerdo de la emoción primera que se ha grabado con mayor o menor fuerza, según el temperamento artístico de cada uno de los intérpretes.
Debemos reconocer: primero, que la obra de Carri Pérez es de las que huellan muy hondo el corazón, y luego reconocer que los intérpretes elegidos para ella, tienen un temperamento refinado, puesto en evidencia en la tarde de ayer. No una línea diferencial con la representación del estreno, por la razón de que ha vuelto a experimentarse la misma, la igual emoción de la vez primera.
Así la señorita Milagros Senisterra, en una revelación superior, hace sentir al público el tristísimo dolor de la enferma más torturada de alma que de cuerpo. Hay en ella la naturalidad de un sentimiento que nace espontáneo, que no se quiere ocultar, que es imposible disimular.
Jambrina, en el papel de Juan María, el papel desencantador del viejo artista, breve, conciso como una pena, ha puesto todo su temperamento y su sensibilidad.
De la señora Fernández en el papel de Josefa, la madre de Celia, no necesita que se diga de su labor, sino que hemos visto cómo sus lágrimas revelaban la encarnación más precisa de su papel.
Escobar, en el carácter de doctor, sereno y exacto cuando debe serlo. Hombre acostumbrado al trance, pero que sucumbe en una emoción bien traducida por él, ante lo doloroso de a escena final del Nocturno de Chopin.
La obra irá de nuevo dentro de breve, y le auguramos un cartel que no conocen esta clase de obras.