Anoche se congregó en el Teatro Novedades un numeroso y selecto público llevado, indudablemente, por los atractivos de una velada singular.
Las simpatías hacia los beneficiados y los prestigios del autor del estreno eran una seguridad del éxito de la velada, y la entusiasta concurrencia que presenció anoche el hermoso espectáculo, recibió con agrado la creación del autor y el trabajo de los artistas beneficiados.
Con Una broma del Virrey, Carri Pérez completa el cuadro de su producción dramática, ensayándose en todos los géneros con maestría, conquistando así el primer puesto entre los cultores del arte teatral en Córdoba: un boceto dramático de crítica social en Tierra firme, su debut; una comedia intensa en Fuerzas que chocan; una realidad vivida en Salamanca, verdadera creación de una comedia de costumbres. Y en la hermosa producción aplaudida anoche ha explotado la zarzuela galante, sirviéndose de un argumento que evoca la época de la colonia; que lleva en ello su mayor mérito, por cuanto es el primer autor dramático argentino que recuerda esos días de la historia, ya que todos buscaron su inspiración en la época de la independencia o huyeron a la Provenza para satisfacer sus deseos de conquistadores de un arte delicado. Carri Pérez ha obtenido pues, con este argumento un señalado triunfo y ha diseñado con pincel maestro los tipos de la época, evocando con toda fidelidad el cuadro tranquilo y sereno de la tradición colonial con todos los encantos, de aquellas costumbres y aquel carácter caballeresco, gentil y bizarro que fue la herencia de España a la tierra argentina.
De verso fácil y sonoro, estrofas precipitadas a veces, pero que van arrastradas por el ímpetu de un entusiasmo a que el autor no ha podido dominarse por la fuerza misma de su misma inspiración, de concepción nítida y vigorosa, de claridad en el lenguaje, sencillez en la forma y naturalidad en el desarrollo de la escena. Una broma del Virrey es un conjunto armonioso de notas delicadas y suaves, que se resumen en un ambiente de simpatía y atracción que seducen al espectador sin darle lugar a esquivarse de la conquista, que el autor consigue con toda facilidad.
Carri Pérez dedica esa obra a los esposos María Hernández y Manolo Fernández: quiso hacer un “bonito regalo” pero el estuche, demasiado lujoso para encerrar una simple cortesía, ha guardado en sus pliegues una hermosa joya de arte, digna de su autor y que ha de hacer honor a quien va dedicada.
La interpretación, correctísima: las señoras Hernández y Vila se lucieron en sus papeles de Marquesa y de Isabel. Fernández supo encarnar la difícil figura del Virrey con su actitud aristocrática, su galanura en el decir y su expresión discreta. Bódalo y Montero completaron el cuadro con la maestría acostumbrada. Amodeo llenó su cometido con distinción y elegancia.
La música del maestro Calatayud merece un párrafo especial, porque es parte efectiva del éxito de la obra: hay allí sentimiento artístico; notas de honda melancolía en su tierna serenata, de sincera sumisión en el saludo al Virrey y de extremada delicadeza y suavidad en la gavota; donde revela una elegancia en la armonía de sus notas y una emotividad tal, que constituyen de por sí una producción de aquilatado valor artístico.
Carri, con la espiritualidad de siempre, la agilidad en el concepto y la abundancia en el decir, supo agradecer al público sus aplausos, dignificar con elogiosas frases el trabajo sincero de los intérpretes.
La velada de anoche se subrayó con una nota simpática: ejecución por la orquesta del tango “Eduardito”, de que es autor el joven aficionado Luis Capellini, y que fue recibida entre nutridos aplausos.