“Novedades. El mendrugo”. La Voz del Interior, 21 de Junio de 1916: 7

La Compañía Muiño-de Bassi, que con tanto éxito actúa en este teatro, estrenó antenoche El mendrugo, drama en un acto y dos cuadros original del doctor Saúl Alejandro Taborda.

El interés que esta obra despertara en nuestros círculos intelectuales púsose de manifiesto, en forma elocuente, por la concurrencia que asistió a su estreno, que bien es cierto no se destacó por el número, descolló en cambio por su distinción y cultura.

Lisonjero y meritorio ha sido el éxito conquistado por el autor, éxito aquilatado desde luego, por el aplauso ruidoso y espontáneo del público, que selló de una manera acabada esta nueva consagración de talento.

Es El mendrugo, por su índole y su corte, un drama que no debe pasar inadvertido entre el número inmenso de producciones insulsas y banales que, en la actualidad, parecen constituir el único exponente de la incipiente cultura teatral argentina.

De continuo ocupan el cartel de nuestros teatros multitud de obras que parecen no tener más fin que el de escarnecer el arte dramático nacional, o el de aportar recursos pecuniarios al bolsillo de quienes las producen. Tal no sucede con El mendrugo. Taborda ha escrito este drama con elevación de miras e intenciones plausibles, pensando más en lo que, por boca de sus personajes dicen, que en el público que pudiera escucharle.

Tomando […] un asunto vulgar y hasta trillado si se quiere, ha bordado en él una serie de interesantes y bien desarrolladas escenas, que han puesto de relieve la sutileza de su espíritu observador y culto y el perfecto conocimiento que tiene de los tipos que ha delineado.

He aquí el argumento de la obra. Juan Pueblo, que es la encarnación viva del eterno explotado, del que está condenado a llevar siempre sobre sus hombros la carga inmensa de todas las desventuras y cuyo esfuerzo, estéril en provecho propio, sólo sirve para enriquecer las arcas del patrón; siente, ante la pobreza que le agobia, germinar en su alma el sentimiento de las justas rebeldías. Comprende que con todo derecho, puede levantar su voz altiva protesta contra la burguesía ensoberbecida, y erguirse en defensor de sus intereses, y en el de todos aquellos que como él están condenados a ser peldaños de los grandes.

Así lo hace y promueve un levantamiento obrero. Al principio todo marcha bien porque hay dinero y sobran energías para afrontar la difícil situación… pero luego la realidad les advierte que no podrán continuar por más tiempo así. Las fuerzas se agostan, las energías merman y el hambre acosa terrible e inexorable con toda la brutalidad de su rigor. Las circunstancias vuélvense cada vez más apremiantes, e impiden a los sublevados resistir un tiempo más…

Entre tanto, en el desmantelado hogar de Juan Pueblo, convertido en antro, donde la miseria y la enfermedad han sentado sus huestes desoladoras, se agita una mujer que clama piedad para ella y el pobre chiquitín enfermo que va extinguiéndose lentamente entre los pañales de su cunita… Aquel hogar necesita un brazo fuerte y robusto, que sostenga sus paredes e impida su derrumbe. Ese brazo, sólo puede darle Juan Pueblo, pero éste, antes de humillarse al patrón, prefiere la calda brutal que le arrastrará quién sabe hasta dónde. Mercedes no obstante, ruega, implora, suplica.., más todo es vano. Juan no cede. Pero es necesario salvar al niño enfermo y no hay modo de conseguir los medicamentos, ¿qué hacer?

El patrón, a quien han seducido los encantos de Mercedes, aprovechando la situación ventajosa en que las circunstancias le colocan, insinúa a aquélla por intermedio de Petrona, responda a sus solicitudes de cariño, y así tendrá cuanto desea. Mercedes pretende resistir a la tentación y agota su voluntad para vencer, pero es inútil, la pobreza que le rodea, y su cariño de madre, doblegan sus energías y la obligan a rendirse a los deseos de Duspaquier.

Juan Pueblo ignora la actitud de su compañera; desesperado por la miseria que le abate, resuelve conquistar en cualquier forma el mendrugo que los suyos necesitan.  En unión de sus compañeros asalta e incendia la fábrica para recuperar lo que él considera suyo, y al penetrar en el despacho del patrón, la realidad terrible y aplastante desgarra el velo de su ceguera y le enseña la falta cometida por Mercedes. Loco de furor y de ira, Juan se arroja sobre su patrón y lo mata, tomando así justicia por su propia mano.

Tal, sintéticamente, El mendrugo. Su autor ha salvado, en el manejo del tema elegido, las dificultades de la técnica con facilidad, y ha logrado que la obra resulte en su conjunto interesante. Sin embargo, justo es decirlo, ha cuidado con mayor esmero los diálogos en los cuales campea la ironía y la sátira, que el desarrollo de la acción en cuanto al argumento se refiere

Sólo así resulta justificada la escena de las damas de caridad, que en modo alguno tiene una relación directa con la acción desarrollada. Por otra parte, la obra resulta un tanto abocetada y el final algo precipitado. Son pequeños lunares que seguramente no encontraremos en otra producción teatral del doctor Taborda. Este se ha revelado un observador del aspecto real de nuestra vida y un conocedor perfecto de los hombres del ambiente que retrata.

La interpretación, bastante correcta. Distinguiéronse en ella, las señoras Martínez y Jarque, y el actor Muiño, que no obstante la buena labor desarrollada, podía haber sacado más partido de su rol de Juan Pueblo.