El espectador porteño conoce a Dante por las tapas, pero eso no quiere decir que no sea a ratos poeta por intuición. Se repite el verso celebre, “Tu que entras, deja toda esperanza”, al detenerse frente a un teatro. La reflexión es corta, casi el tiempo de un suspiro. Se aleja y en la primera pizzería o casa de buñuelos hace catación.
Un librito que aconseja cien formas de obtener la fortuna, lectura digestiva pero lo indigestivo que la sirven.
Es un panorama cruel el del teatro nacional. Ni bastan los aumentos de derecho de autor, no son suficientes tampoco los estrenos con firmas cotizadas, como tampoco rinde frutos el hacer llegar una obra a cien representaciones teniendo como espectadores al respetable gremio de portugueses o al menos de los familiares de la empresa y porteros.
Es el acabóse. La gente olfatea las obras e intuye que de entrar optimista, saldrá convencido que ha sido víctima de un atraco, y del cual la justicia no ofrece amparo. Los estrenos se suceden a los estrenos y causa terror su poco arrastre e interés. Todos los medios se ponen en práctica para romper el hielo que, transformado en un iceberg amenazante, pone en peligro prestigios y dineros. Lo honesto y lo deshonesto no surten efectos. ¿Qué pasa pues con el público porteño? ¿Qué nueva sensibilidad se ha operado en él, mantenedor contumaz de lo más deleznable y campeón de todos los bodrios?
Sencillamente predica ahora que lo pasado fue mejor y responde con su apoyo a todo lo que signifique reprise, la vuelta al repertorio. Este, que no ha existido nunca, como expresión permanente y vital de la escena vernácula, sufre una resurrección tan sorprendente, que, o mucho nos equivocamos, dará por tierra durante un tiempo con toda nueva producción, manteniendo alejado, felizmente, a la legión de escritores, con tiempo suficiente para un mea culpa, que borre sus muchos pecados.
Decimos que las empresas vuelven al repertorio y es exacto. Veamos. La compañía de Florencio Parravichini, que poco favor, sobre todo, nuestro máximo bufo, hace a las tablas argentinas, no cree en la virtud de los estrenos y de las adaptaciones burdas y groseras, con que hasta ahora alimentaron sus carteleras. Ha vuelto a sus viejas obras, pero que proporcionaron éxito, con sorprendente aceptación del público. Con Nepomuceno Cascallares viene llenando el teatro La Comedia, y está resuelto a repetir su ensayo hasta el fin de la temporada.
Con la compañía del Teatro Paris, ocurre otro tanto. El éxito que no encontraron con obras nacionales lo hallaron con la comedia de Fodor, Una boda ideal, con tal aceptación que es posible posterguen su gira proyectada por provincias.
Anuncian también la reposición de Cuando el diablo mete la cola de Soya, el gran suceso del año pasado.
Los hermanos Ratti, no han encontrado en Cuando las papas queman de Malfatti y de las Llanderas, y Aquellos muchachos…! de Benjamín Aquino, el calor de su público, han vuelto a La virgencita de madera, obra de milagrosas virtudes, pues su reposición ha vuelto a llenar la sala del Apolo. ¿Cómo no van a tener fe los hermanos Ratti con la pieza en ensayo El milagro de la virgencita del mismo Hicken, si esos milagros son de oro máximo?
Hemos hablado de compañías que se salvan del desastre, ¿necesitamos mencionar las que han cerrado las puertas de su teatro? Para qué…