El año pasado nuestra Córdoba pareció salir por los fueros del arte; su primer coliseo fue continuamente honrado con las visitas de concertistas mundiales como Risler, Friedman, Ru de Yecsey, Ninón Valin y muchos otros; hasta se hizo cuestión de buen tono la asistencia a sus conciertos y se concibió una ligera esperanza en un refinamiento de la cultura musical basado en la educación del gusto con la genial interpretación de obras maestras. Pero desgraciadamente la realidad ha sido otra. Estériles en extremo han resultado los muy loables esfuerzos en este sentido de los empresarios del Rivera Indarte, señores Massa Hnos., y del reducidísimo núcleo de personas escogidas que formaba el público de los conciertos.
Hoy parece haberse acentuado más que nunca una verdadera degeneración del gusto musical y en general, estético. Y es que estamos infestados hasta la médula de esa música chata, arrabalera y cursi de los tangos y las milongas que, como una enorme ola, viene de la Capital Federal, nos invade y nos asfixia con su acento pobre, quejumbroso y repetido que brota de los cafés, los teatros y los cines. Nuestros sobresalientes autores nacionales sólo poseen una, pero fecunda, fuente de inspiración: el cabaret. El drama de la “percantita” tiene sobrecogidos sus espíritus y es glosado por una música melosa, insustancial y enfermiza. Dejo a un lado la faz moral de la que podría decirse con el Dr. Muzio Sáenz Pella que “son historias de pecado, de lujuria y degeneración en las que se nombran las cosas y se califican los actos con los vocablos más crudos y despreciables”. Quiero sólo referirme a la faz puramente artística que paralelamente con aquella se va corrompiendo lamentablemente.
Un hecho muy elocuente bastará por si sólo para probar la verdad de mi aserto. La compañía de comedias que actúa en estos días en el Rivera Indarte finaliza siempre sus funciones con tonadillas cantadas con bastante arte y delicadeza por su primera actriz Lola Membrives. Por desgracia entre estas tonadillas figura el conocido tango “Milonguita”, un típico ejemplar del nuevo género. En cuanto por uno de los costados del escenario aparece el cartel anunciador de esta canción, estalla en toda la sala una salva de aplausos, frases de aprobación y suspiros hondos de ternura; por toda la cazuela corre un cuchicheo y comentario general y todo el mundo se apresta a escuchar el terrible drama de labios de la Membrives, que sentada en un amplio sillón y lujosamente vestida comienza con un gesto de tristeza infinita: “Pande vas Milonguita vocera…”. Y el público se conmueve hasta las heces y “Milonguita” sigue siendo todas las noches el pináculo artístico en que culmina el éxito de la Membrives.
No hay más. “Milonguita” constituye hoy, tanto en Córdoba como en Buenos Aires, como en todo el país, la síntesis de todo arte.
No hay que pedir al público de Córdoba asistencia a los conciertos de los grandes maestros, que hoy todo Córdoba, como todo Buenos Aires, como todo el país, sólo se preocupa en bailar el tango, en cantar el tango, en silbar el tango, y hasta en llorar el tango.