Bueno es -siquiera sea de tarde en tarde- hacer algunas consideraciones sobre arte teatral, leves si así se desean, pero tendientes a morigerar los defectos que muy a menudo se enseñan en las tablas; defectos que tanto pueden referirse a los comediógrafos como a los intérpretes.
Digo esto, inspirado por las impresiones que han dejado en mí espíritu dos obras recientemente representadas en Córdoba: Los bailes de la condesa y La Amordazada, de autor desconocido la primera (a juzgar por los anuncios de la compañía Cordero) y de Decourselle, la segunda.
En la primera pieza, cuyo estilo y mecanismo me recuerda en cierto modo la escuela de Benavente, las escenas se suceden las unas a las otras con cierta monotonía, no diré abrumadora pero sí molesta, en que los pocos personajes que las dan vida tienen que pretextar a cada rato, para explicar su permanencia en el proscenio, cumplimientos triviales, idas y venidas de un baile (cosa muy antisocial por cierto), a fin de invitar a un matrimonio que no quiere asistir a él.
Y cuando no son esas las causas motivales de las escenas, el autor recurre al deseo de cuatro personas de pasar a saludar al susodicho matrimonio antes de concurrir a la misa de San Sebastián.
En síntesis, las escenas no se deslizan con suavidad ¡qué esperanza! se arrastran penosamente hasta dejar por fin en el ánimo del espectador la seguridad de que la obra que a un motivo trivial, y una (…) asaz exagerada.
Sin embargo, Los bailes de la duquesa son notables… siquiera son morales.
En cuanto al drama de anoche, La amordazada, debo confesar que es muy bueno, a pesar de sus muchos pasajes inverosímiles y de su trama más bien novelesca que dramática
La amordazada os hace acordar de Ponson du Terrail, ¿Queréis creerlo? y si mucho os esforzáis en hallarle semejanzas se os viene a la memoria un drama que la misma compañía Cordero representó en Córdoba hace tres años, en que barón de Tabernay, con otro nombre, desempeñaba el mismo rol, y en que la atribulada viuda que es la principal figura, andaba en muy parecidos líos.
Me refiero a una novela vertida al teatro. Su título no recuerdo; por eso no lo anoto.
Cuando en esta misma ciudad, que un novel escritor acaba de calificar de “centro ignorante" no alcanzo por qué razones, representó Arellano la obra nacional intitulada La Mordaza, alguien dijo, quizás el mismo primer actor, que se trataba de un plagio de La Amordazada de Decourselle.
Y puesto que la ocasión se ofrece, cabe decir, y muy alto, en abono de nuestro brioso teatro nacional, que el plagio no existe… más que en la denominación del drama; y que su autor, el doctor Xavier Santero, está muy lejos de buscar efectos en el proscenio francés que tanto se empeñan en elogiar los españoles. (Creo que Arellano es español).
Dicho lo que antecede, permítaseme para finalizar, echar un vistazo sobre las páginas del eminente crítico de la península ibérica, señor Larra, hasta que topen mis ojos con un artículo cuyo epígrafe dice: ‘Quiero ser cómico’.
En él se habla de un sujeto que aspira a hacer figura teatral, sin contar con ninguna clase de preparación previa.
El tal sujeto, si bien no sabe nada útil, es capaz de pronunciar Madriz por Madrid, de decir exema por escena, y de conversar con el público durante los "apartes", cosa tan disparatada y fuera de lugar, según el mismo crítico, como aquello de saludar al público en mitad de representación.
Expresado ya lo que precede, pido licencia para decir que el cómico que anoche hizo de inglés, debió saber que la w inglesa no tiene el sonido de la b castellana ni de la misma u germánica, sino el de la u. Así pues no se dice "very bell" sino "very well”; porque no es lo mismo.