La temporada teatral de Córdoba, está resultando una cosa extraordinaria. Dos salas vienen congregando nutridos auditorios, en tal forma, que uno no sabe de dónde sale tanta gente apasionada ahora por el teatro, y, sobre todo, cuando nos habíamos echado fama de ser los más desdeñosos por esta clase de manifestaciones. En verdad, más que fama, siempre es simpático que se hable de uno, es la reputación de incultura la que el pregón soltaba en todas partes. Injusto, muy injusto, el denuesto, pues nadie tiene la culpa más que los propios conjuntos, la mediocridad de sus componentes, lo malo de sus repertorios, la falta de respeto al público, el concepto despectivo por el “Bosque”. Y todo eso, a veces ha tenido aceptación. El público, con reacciones inexplicables ha festejado a cómicos sin volumen, malos por todos los lados que se les mire y peores aun las obras. Triunfaron y triunfan injustamente.
Ahora estamos frente a una de esas reacciones características de nuestro público. No sabemos lo que esto durará. Podría sospecharse, si hubiese una orientación de gustos definida, concreta, inconmovible, pero no la hay. Es todo pasajero, frágil. Lo que quiere hoy lo rechaza mañana. Lo peor, lo desconcertante, es otro núcleo de público, que aparece por el teatro como un aluvión, rebalsa la capacidad de las salas, asombra por su entusiasmo y anonada por su ingenuidad. Este público aparece por primera vez en el teatro o, cuando más, lo hace de tarde en tarde. Es termómetro falso. Si se cuenta con él, se muestra esquivo; cuando no preocupa, asalta las boleterías. ¡Vaya uno a entenderlo y a torturarse por ello! Bienaventurados los que se beneficien con sus caprichos y míseros los huérfanos de su apoyo.