La Comisión de Bellas Artes, que al ejercer el control de todas las reparticiones oficiales de enseñanza artística, lo hace también sobre el teatro Rivera Indarte, ha costado, diremos así, la vida del empresario de Martin Pérez, que desde hace algunos años venía ejerciendo esas funciones en el primer coliseo de la provincia.
No se nos escapa la necesidad de regularizar el funcionamiento de todo instituto, de la seriedad con que deben desenvolverse las actividades artísticas, y que ellas tengan siempre las garantías indispensables para ser ofrecidas desde un escenario tan prestigioso como es el del Rivera, pero también es posible que la Comisión de Bellas Artes haya puesto un excesivo rigorismo, y acaso entraña una injusticia, al reglamentar los futuros espectáculos, negando personería, por lo menos, a una figura a la cual el público de Córdoba debe agradecer muchas cruzadas de arte que, si mantuvieron la tradición de la vieja sala, no hallaron siempre compensación material y fueron negadas tantas veces éstas, que ha sorprendido más de una vez, el tesón y la perseverancia en continuar una labor condenada al fracaso por la incomprensión del público.
Pocos lunares ofrece la vida de empresario de Martín Pérez. En estos últimos años, cuanto artista de renombre mundial vino a nuestro país, fue obligado su paso por el Rivera. Cuanta compañía teatral tuvo calidad, animó en el arte dramático. Figuras prestigiosas dejaron la luminosidad y la emoción de interpretaciones perdurables.
La vida de Martín Pérez fue una constante dedicación y un amor profundo a todo cuanto significara belleza y la buscó siempre, aun en contra de le opinión de amigos que en vano pretendían torcer sus opiniones, ante espectáculos cuya cotización tenía que producirle graves pérdidas.
Por sobre eso, ponía amor propio, un amor propio considerable, sello de un carácter que buscaba la ruta del éxito sin desfallecimientos y sin amarguras.
Largo sería enumerar sus negocios teatrales, pero corto puede resultar el balance, que si desde el punto de vista artístico le es magníficamente favorable, pecuniariamente significa un desastre. Cruel paradoja. Los malos espectáculos, pocos en verdad, son los únicos que económicamente le fueron bien. La experiencia pudo aconsejarle ese camino; prefirió el contrario y, en verdad, no debe nadie desconocerle esta virtud, después de tantos sacrificios, cuando pasa en un momento, al anonimato.
El final de esta aventura empresarial, es triste, muy triste. La Comisión de Bellas Artes, al tratar el caso particular de Martín Pérez, debió estudiarlo en toda su profundidad, con acopio de datos y antecedentes. Cualesquiera que sean las razones que orienten su actuación, cabía ofrecer una nota más simpática y reconocer, con el mismo sentimiento de que hacen gala los miembros de la Comisión, que la hoja limpia del empresario era un testimonio honroso y una garantía efectiva.
En rigor de verdad, a Martín Pérez no se le ha creado más que una situación de violencia, puesto que legalmente no puede alegar derecho alguno, pues no existe contrato de licitación como lo tuvo en anteriores años. Lo que no resulta elegante, es considerarlo como un extraño a los efectos de llevar espectáculos al Rivera.
Por otra parte, así como se muestra la Comisión susceptible para los comentarios no favorables a su gestión, convenga que si ellos pueden considerarse injustificados, a su criterio, no es más equitativa ni más humana su resolución, que corta una brillante vida de empresario.