Ha realizado una temporada extraordinaria. Económicamente es uno de los conjuntos que alcanzó los más altos bordereaux en estos últimos tiempos.
La Compañía de Luis Sandrini pondrá fin esta noche a su temporada en el Teatro La Comedia, después de diez y siete días de actuación. Esta se ha caracterizado por el éxito ininterrumpido desde su iniciación, patita de su desarrollo posterior. Con este actor se cumple el fenómeno de atraer hacia el teatro a un público que lo desdeña, no lo entiende y no lo siente, pero sensible al “divismo”, a la objetividad popular de un actor que ejerce sugestión por lo dilatado de su imagen en la pantalla, verdadero vehículo, en este caso, de su fama y seducción sobre las masas.
No sabríamos si ello quita méritos a un artista, pero si presentimos lo peligroso que para el teatro representa esta tendencia del público, más dispuesto a la pasión por el intérprete, que por la expresión escénica, porque cuando se trata de un artista austero, la obra no será más que una selección de su propio espíritu, lo contrario es servirse de lo más deleznable para cubrir la mediocridad y la realidad de las propias facultades.
La generalización de estos conceptos, sin particularizarlos crudamente en el caso de Sandrini, es menester destacarlos cuando se producen las circunstancias que generan éxitos tan sorprendentes como los de la temporada de La Comedia. No pueden explicarse satisfactoriamente dichos sucesos, a menos que la desesperanza nos conduzca al más negro de los pesimismos, si trastocamos el que obtienen compañías de no menguada ejecutoría teatral, que vegetan desesperadamente por no torcer las inclinaciones y la vocación amorosas por un teatro que es teatro por todos sus ángulos. Sandrini puede haber conformado a millares de espectadores y los seguirá satisfaciendo en todo el vasto territorio del país por mucho tiempo, pero el contenido de su teatro, la labor que le exige, no guarda relación con la amplitud de su consagración, si es que ésta, cuando llega para un artista, es el resultado de una carrera con aceptación total y absoluta por los valores de la individualidad artística y por el afán de mostrar la estampa de un teatro perdurable.
Nuestra amargura no nace del éxito obtenido por Sandrini, se lo deseamos para toda su carrera, más bien la acritud del comentado se dirige al público sin orientación, sin alcances, sin la variedad de sentimientos que le haría alternar todas las expresiones y géneros en que se divide el teatro, no la preferencia, la uniformidad exclusiva, cerrada para un solo aspecto, desgraciadamente el peor elegido, pues si su totalidad popular no lo exime de lógico arraigo, por lo menos deberían estar ausentes su materialidad popular no llena de aristas, áspera, vacua, tosca.
Sandrini aprovecha un momento excepcional de su vida en las tablas, pero sería simpático también que sus inquietudes cobraran más altura escénica.