Siguen realizándose con éxito creciente las secciones vespertinas en el Teatro Odeón, al que concurre numeroso y selecto auditorio.
Ayer tarde se reprisó El nocturno de Chopin de Carri Pérez gustando tanto o más que en su estreno. Y ya que a esta obra nos referimos, permítasenos dar una contestación franca y categórica a tantos que se las dan de eruditos, y que, con una escrupulosidad digna de mejor causa, pretenden encontrar parecido con otras obras literarias o teatrales estrenadas anteriormente. Ayer volvimos a escuchar el sonsonete: Que si yo he visto una cinta cinematográfica casi igual, que si he leído un cuento con asunto similar, que si esto, que si aquello; en fin, una serie de impertinencias por el estilo. Y no es a El nocturno de Chopin al único a quien han señalado los criticastros de pacotilla: pues lo mismo se dijo de El Sacrificio, de La tragedia del amor, de El Excelentísimo Cardona y de Ayer y Mañana. Todos los estrenos dados por la Compañía Jambrina han sido medidos al igual, en cuanto a la comparación de referencia. “Nada hay nuevo bajo el sol”, dice el adagio, y en consonancia con tal afirmación nada más natural que los problemas, las intrigas y hasta las soluciones puedan tener similitud entre ellos; pero si la trama, el lenguaje, la urdimbre teatral es original, nadie tiene derecho para atribuir plagios o copias imposibles. Por el mundo hay muchos seres humanos que se asemejan grandemente entre sí sin tener el menor vínculo consanguíneo, ni aun de raza; y fuera criminal atribuir paternidades absurdas, que sólo pueden ser fruto de espíritus malsanamente meticulosos.
Los esfuerzos en pro del arte que realizan nuestros autores locales merecen aliento y aplauso, y el tratar de aminorar los méritos con razonamientos sofísticos es obra anticultural y por lo tanto criticable.