Hace tres días que estamos de grandes bochinches nocturnos con motivo de la representación del drama Electra y esto no lleva miras de concluir, porque la policía tolera y casi favorece esos escándalos, a pesar del alarde que hace de su enorme aglomeración de vigilantes, tan aparatosa como inútil.
La terminación de los funciones es esperada por un grupo de muchachos que se estacionan frente el teatro y un crecido número de curiosos que aguarda en los cafés, la pantomima en que la policía juega un rol tan desairado.
Sale la concurrencia del teatro y en el acto es engrosada con los curiosos que la esperaban: empiezan los gritos, las vociferaciones y el bochinche y la policía impasible. Llueven los mueras a todos y a todo, al Ilmo. señor Obispo Toro, a los frailes, al sordo Álvarez, (ni siquiera por un remoto respeto se dice el Gobernador Álvarez) y a la policía y a todo el mundo.
La policía siempre impasible, los comisarios al frente de sus legiones de vigilantes recibiendo inalterables en el rostro esa lluvia de lodo y de inmundicias que sale de aquellas bocas que sólo dicen obscenidades.
Antenoche un grupo como de veinte individuos se desprende de la columna estacionada en la esquina del teatro, sigue por San Martín, dobla por Colón y en seguida por la Avenida General Paz, pasa por nuestra imprenta y regresa por Deán Funes a la plaza, siempre gritando infernalmente, dando mueras y profiriendo obscenidades.
Un piquete de veinte vigilantes a caballo seguía apaciblemente a su lado en todo el trayecto, en actitud más bien de amparar a los bochincheros que de contenerlos.
Lo que ha pasado antenoche es completamente vergonzoso y deprimente de la autoridad moral de la policía.
En la esquina del teatro se han quemado paquetes de cohetes de la India para asustar los caballos de los vigilantes y se tiraron de esos petardos que estallan al pegar en la pared, se daban mueras a la policía, pero ella nada, como si tal cosa. Hay comisarios que han sido groseramente insultados frente a frente y han soportado callados la andanada.
El joven Stange lo puso como a trapo de cocina al comisario Córdoba del General Paz, y cuando éste acercó su caballo para hacer retirar a Stange, le armaron una gritería y silbatina feroz y un titeo bastante gordo, mezclado con los gritos de ¡que se corte la pera Córdoba! ¡Abajo la policía!
El Comisario Córdoba se hallaba al frente como de quince vigilantes y dejó impune aquella falta, amén de que esto pasaba en la esquina del cabildo, en las barbas de la policía.
Varios comisarios han sido insultados por muchachos y no han tenido el coraje de hacerse respetar.
Y la cosa ha tomado tales proporciones, que si los bochincheros no han ido y han tomado la policía, ha sido porque no se les ha dado la real gana.
Cerca de doscientos vigilantes tenía en servicio la policía, formando gruesos piquetes a caballo y a pié por todas partes: era un aparato de fuerzas como para rechazar una invasión extranjera y eso que se trataba sólo de meter en orden a veinte o treinta desconocidos, que no se atreverían a gritar de día donde los vea la gente.
La policía con sus doscientos vigilantes ha sido arrollada, escarnecida y burlada, echando por tierra con su actitud su prestigio y el respeto que se merece.
Se creerá que nosotros pedimos que se disolvieran los grupos a machetazos?
Muy lejos de eso.
Culta pero enérgicamente hacer que no se formen grupos y ordenar su dispersión. Al que falte llevarlo preso, hacerse respetar.
En Estados Unidos el vigilante no lleva machete, sino un simple pedazo de palo. Todo el mundo obedece y respeta a un vigilante porque sabe hacerse respetar.
Aquí doscientos vigilantes no han podido contener a treinta bochincheros, con detrimento de su autoridad y con peligro de consecuencias funestas para en adelante.
Una cosa es libertad y otra licencia.
Es licencia deplorable que una turba haga esas manifestaciones subversivas a la una y las dos de la mañana, sin permiso de la autoridad, molestando a toda la población y con gritos tan dignos de reprensión como los mueras al gobernador, al obispo, la policía, todo lo que tenemos de respetable.
No hay ni siquiera la disculpa de que se respeta un movimiento de opinión, porque entre los que hacían los bochinches no hay uno que merezca ser tenido en cuenta.
Si un hombre grita en la calle a medio día en el acto es llevado preso, pero los que alteran el orden a media noche son respetados y hasta amparados.
Si en vista de lo que pasa, cualesquiera de estas noches se les ocurre a los católicos hacer una contra manifestación (y la policía sabe que tienen elementos para hacerla), de las escenas de sangre que se sucedieren la única responsable sería la policía, que no sabe hacerse respetar.
El Gobernador Dr. Álvarez debe dar órdenes terminantes, porque el precedente que ahora se sienta con estas debilidades de la policía, le puede acarrear luego muy serios disgustos.
El mal debe cortarse en su origen. La actitud de la policía no tiene nombre. Ella que es la guardiana del orden público, está en el deber de restablecerlo.
Que terminen de una vez por todos estos escándalos indignos de una población culta.