El sábado a la noche y anoche se puso en escena, conforme lo habíamos anunciado, la comedia en un acto dividida en tres cuadros, titulada La Palabra, original de dos jóvenes autores de la localidad.
Ya anoche al hacer la rápida reseña del estreno consignamos el hecho, según nuestro humilde criterio, de que la obra que por primera vez se presentaba al público cordobés, era la mejor de las dadas al teatro nacional por jóvenes autores residentes entre nosotros. A La Palabra la constituyen tres cuadritos de la vida real, naturalmente que un poco exagerados para producir nota cómica, pero que han sido, lo repetimos fielmente tomadas del natural.
Su argumento es sencillo; casi nada, pero tan bien urdido, que cualquiera que no conozca a los jóvenes autores, negaría que es de escritores noveles para quienes los múltiples resortes de la escena les son desconocidos.
Los diálogos y monólogos son sin excepción interesantes, hechos con sencillez suma, no revelándose el menor esfuerzo, cosa tan común en nuestro tan descantado teatro nacional, para dar lugar al chiste fino, pulcro, ese chiste que emana de por sí y que son verdaderos estiletos que contrario a los del teatro nacional, no producen el escozor y la mala impresión en los que tienen refinado el gusto escénico.
Cada cuadro de la comedia que nos ocupa son otras tantas delicadas críticas a la sociedad, que hábilmente bosquejadas ponen de manifiesto algunas de sus excentricidades más o menos ridículas pero que las aceptamos gustosos por habérnosla impuesto la veleidosa diosa que se llama Moda.
Hemos observado que en La Palabra el interés por el desenlace perdura cada vez más creciente desde la primera hasta la última de las bien combinadas escenas; lo que nunca hasta ahora ha sucedido en las demás obras de autores locales en las que el espectador desde las primeras escenas o a lo sumo desde el final del primer acto prevé ya el desenlace.
Algún crítico podía observar en La Palabra el siguiente lunar: la indiscreción y hasta falta de educación de Adela, desde el momento que los jóvenes autores no la presentan como a una joven de la alta sociedad bonaerense, de escuchar las conversaciones por el ojo de la llave u ocultada en un rincón.
No le faltaría razón al observador si es que se fuese a juzgar con verdadero vigor a La Palabra, pero la indiscreción y lo que se diría falta de educación, se explica en cierto modo porque Adela es una joven mimada y locamente enamorada de su esposo que siente el aguijón de los celos hijo de su inmenso cariño.
Lo mismo se puede decir de algunas diálogos, especialmente en el segundo cuadro que resultaron bastante pesados, lo que en manera alguna atribuimos a los noveles autores, sino los actores que sin duda creían que la realidad de las escenas se hacía a gritos, aturdiendo al auditorio.
La Palabra, en cualquier otra compañía, aun en una española resultará una obra que, si bien no puede figurar como una joya del teatro nacional, no desmerecería el más selecto repertorio al contarla en él.
Rompiendo la modestia y el riguroso incógnito, impuesto, diremos que los autores de La Palabra, son los jóvenes Francisco Cabello Navas y Pedro Mazza. Para ellos nuestras felicitaciones.