Las cuatro piezas que ilustran el programa de hoy en La Comedia, bastarían para una serie de reflexiones y acaso definitivas sobre el teatro por horas, animado, dentro de su género particular, por expresiones realmente divergentes. Porque si Misia Pancha la brava, ubica un momento de nuestro teatro, sin duda el de más frescura e inspiración de nuestros autores y reflorecía en pintura costumbrista como una necesidad de ofrecer humanidad al convencionalismo dominante de la época, el nombre de Vacarezza, es otro capítulo vivo de nuestra historia teatral y del sainete que constituye dentro de sus graves y perdonables defectos, el más auténtico patrimonio y la fisonomía más nativa de nuestra escena. Y ahí tenemos a Contreras y Barraganes, digamos mejor a Vacarezza, porque en su personalidad, sería vano e imposible cambiantes modalidades que, por otra parte, son legítimas y hermosas en el autor, pese a que no siempre la calidad corrió parejas con su fecunda producción. Pero como quiera que sea, su colorido, el ritmo ágil de sus cuadros y la pintura de caracteres, si es no arbitraria, siempre es un trazo de nuestra realidad y colectividad argentinas. Y a continuación Gaspar de la Cruz, que nos parece una renovada inquietud en contraposición a Vacarezza y, más aún, nos parece la crítica misma llevada al teatro en un afán de hacer penetrar en las masas, la visión y la posibilidad de que aún dentro del teatro por horas, no deben sustraerse el pensamiento dramático elevado y la nota artística, aun ceñida por el espacio y el tiempo a la más breve síntesis. Porque en Eduardo Pappo hay un autor de esa fisonomía. Aporta al teatro una inquietud llena de realidades y de esperanzas, sin finalidad ni objetivos subalternos. Apunta, honestamente, un momento especial de nuestra escena reaccionando y mirando otros horizontes. Y por último, otra característica de la época, introduciéndose en el teatro como un imperativo de volcar en él un estado de ánimo colectivo, ausente de sustancialidad artística o de elemento dramático, pero si de una exterioridad que si carente de aquello, candente porque siempre hay un drama oculto en un pueblo que está jugando sus destinos en el sorteo del sufragio universal. Más, tranquilos y confiados, optimistas, por lo sano y puro que hay en la entraña de la nación misma, el teatro no ha espejado sino su faz risueña, lo humorístico, como ejercicio del ingenio, como brote de nuestra manera de ser. “No dar por el pito más de lo que el pito vale, Marcelo, andate a París para darle el gusto a Ortiz, es una prolongación de lo que se inició hace años y desde entonces acá, según sea el panorama electoral, proporcionó más o menos éxitos. Pero la pieza política de Pancho Paredes, representa, por lo visto una exacta ubicación de oportunismo.