La falta de espacio nos impidió, en nuestro número anterior, ocuparnos con extensión del estreno de La clase del 96, comedia en un acto original del inteligente periodista Juan C. Álvarez Igarzábal.
La obra obtuvo un éxito tan merecido como franco y categórico. Desde un comienzo, el numeroso público que llenaba la sala se interesó con las peripecias del desarrollo, aplaudiendo al final calurosamente y obligando a su autor a salir a escena repetidas veces.
Sobre una trama complicada y vaudevillesca, pase el término, Álvarez Igarzábal ha construido una comedia divertida y amable, llena de situaciones hilarantes, y dialogada con facilidad y soltura.
En La clase del 96 se explotan las aventuras de un excelente sujeto a quien toca cumplir el servicio militar y pone en juego muchos ardides para eludir la obligación, pasando por una serie de pintorescos percances.
Hay en Álvarez Igarzábal, evidentemente, un autor cómico de seguro porvenir. Tiene la visión del teatro, chispeante ingenio y un buen gusto nativo que le impide caer en la chocarrería vulgar y en el chiste grueso. La comicidad en La clase del 96, surge espontáneamente de las situaciones y de la agudeza del diálogo, sin que nunca se use ni se abuse de recursos detonantes.
Ha sido el de Álvarez Igarzábal uno de los triunfos más legítimos de la temporada y los aplausos recogidos deben servirle de alentador estímulo.