“La Cena del Rey Baltasar fue un acontecimiento artístico. El auto sacramental testimonio de la fe viva de un pueblo”. Los Principios, 31 de Agosto de 1934: 10

Calderón de la Barca, el más alto exponente del género anima el espíritu del estreno. Arte españolísimo.

En el Teatro Rivera Indarte se ofreció anoche la primera representación del auto sacramental La cena del Rey Baltasar, refundición hecha por un autor local del auto del mismo título original de don Pedro Calderón de la Barca.

Esta representación es número de los actos de adhesión al Congreso Eucarís­tico Internacional, de subcomisión española local de propaganda.

Palabras preliminares

Antes de iniciarse la representación del auto, pronunció breves palabras el reverendo padre Demetrio Velasco, rector del Colegio Santo Tomás. El distinguido religioso escolapio dedicó el acto en nombre de la comisión española que preside, a la sociedad de Córdoba, recalcando su sentido de adhesión el Congreso Eucarístico.

Los autos sacramentales

Digamos, como preámbulo obligado de esta crónica, que la colectividad espa­ñola no podía adherirse al Congreso Eucarístico con una nota más española ni más oportuna.

Los autos sacramentales, a pesar de cuanto han sido discutidos dentro de la misma España forman en el grupo de joyas más preciadas del tesoro literario español. En épocas como la nuestra, en que el simbolismo vuelve a la escena, conquistándola como algo nuevo, cobran los viejos autos una importancia y un valor que no sospecharon los enamorados críticos que, aunque gustaron sus bellezas, les restaron la trascendencia que tienen. Digamos, aunque de paso, que muchas “novedades” del teatro moderno habían adoptado aquellas representaciones pomposas de los dramas sagrados, especialmente en Madrid. No sólo en cuanto a la obra misma, sino también en lo que se refiere a su presentación escénica. El mismo Calderón de la Barca renunció en cierta ocasión a describir la representación y tramoya con que se representaron sus autos, por creer impotente a su brillante pluma para ello. Como una muestra de lo que fueron, digamos que la “novedad” del escenario múltiple y giratorio que muchos mal informados creen contribución del cinematógrafo al teatro, se utilizaba en los autos calderonianos, algunos de los cuales requirieron escenarios de “ocho pisos” en cada uno de los cuales se representaban escenas distintas.

Significación social de los autos

Pero aparte de sus valores literarios, los autos tienen una profunda signifi­cación social-religiosa. Son documentos irrebatibles de la religiosidad del pueblo español.

Si durante tantos años resultaron fiesta obligada de la tarde del Corpus, prolongándose sus representaciones durante la octava y aún durante buena parte del año, puede afirmarse que obedecían al sentimiento público, que los acompañaba ferviente en sus sucesivas representaciones. Son así elocuente testimonio de la fe de un pueblo.

La refundición de anoche

El refundidor de La Cena del Rey Baltasar ha realizado su tarea con ex­traordinario cariño, conservando la esencia del drama calderoniano. Punto fundamental, si se tiene en cuenta el alcance teológico de estas producciones esencialmente católicas.

La interpretación fue excelente

La interpretación, sea dicho sin eufemismos, en honor a la verdad, fue excelente. No se esperaba tal de un conjunto de aficionados.

El papel protagónico, el rey Baltasar fue encarnado por el señor Francisco Casanovas. Difícil rol de monarca idólatra y vano: soberbio y tedioso, su intérprete hubo de recurrir a todas sus condiciones interpretativas para darle vida; los aplausos que cosechó fueron signo de que lo había logrado ampliamente.

Teresa y María del Carmen Gómez, en sus respectivos roles de Idolatría y Vanidad, se lucieron a través de sus extensos papeles.

Una persona que le de corte bufonesco, sarcástico y trivial, a veces como todos los bufones, diluyendo en el ambiente su filosofía irónica fue “Pensamiento”, encarnado por el señor Pedro Mascaró. El acierto con que lo hizo, le valió las continuadas muestras de aprobación y simpatía con que el público subrayó todos sus momentos.

El papel de “La Muerte”, en este auto de Calderón de la Barca, tiene la característica de su teatro por la extensión del mismo. El peligro de tornarse monótono o cansar al auditorio, fue salvado por su intérprete, el señor Jaime F. Masferré.

El señor José Herrera, en el rol de profeta Daniel, pregonero del castigo y del advenimiento del nuevo reino e intérprete de la sentencia condenatoria de Baltasar, desempeñóse con mesura y comprensión de su personaje.

Lía, la hebrea que añora la felicidad de su pueblo y grita su odio a Babilonia, fue magníficamente interpretada por la señorita María del Carmen Área Juez, profesora de canto del Conservatorio Provincial de Música, en emocionantes lied.

El resto del numeroso conjunto, algunos de cuyos elementos por primera vez se presentaban en escena, estuvo correctísimo. Su número, casi una centena, no fue obstáculo en el desplazamiento de masas y movimientos de pueblo. El espíritu de orden y obediencia de que se hizo gala, fueron factores del éxito.

La apoteosis

Merece párrafo aparte la apoteosis eucarística con que finalizó la función de anoche. Tras la muerte del idólatra, vano y al conjuro de la voz de Daniel, el profeta, descórrese el velo del tiempo y en un hermoso alarde de técnica decorativa, aparece el simbolismo del Gran Sacramento. Este fue el momento más logrado de la obra en su intención y en su finalidad: el público, de pie, emocionado, entonó: “Cantemos al amor de los amores…", como si en los preludios de la orquesta hubiera encontrado la puerta para dar salida a su emoción. Injusto seria no reconocer una dirección consciente y capaz, que no sólo manifestóse en la buena labor interpretativa sino también en la mise en scene. Al decorado suntuoso y apropiado añadióse el impecable vestuario lucido por los numerosos personajes.

Mañana vuelve a presentarse, por haberse quedado muchas personas sin poder presenciar la representación. Función popular a las 17.45hs.