La elección de Horizontes de Vicente Martínez Cuitiño, está orientada a presentar a Eva Franco, en una de sus más intensas y vigorosas creaciones.
No es la primera vez que la joven actriz ofrece muestras de su temperamento tan rico en matices, si bien nunca lo ha hecho mejor que en este trabajo. Su rol, extremadamente difícil, adquirió una encarnación magnífica. Supo ser la poseída por extrañas influencias y supo mostrarse en la dulzura de un amor tan puro como el aire de las sierras; fue la expresión del misterio para transformarse sin violentas transiciones en tierna criatura iluminada por bellas pasiones amorosas. Dominó fuertemente y se dejó dominar por las fuerzas superiores de su amor. Y alcanzó a expresar con honda emoción en los momentos de su tragedia sentimental sin que en ningún momento perdiera la obra su tono poético, permanente casi. Dos lágrimas hablaron elocuentemente del temperamento de Eva Franco, cuando recitó los hermosos versos del tercer acto.
Horizontes podrá ser discutida. Eso mismo marca su valor: no es una obra de orden común en la escena nacional. Su autor, el doctor Vicente Martínez Cuitiño, es de los que mayor espíritu de renovación, inquietud artística, han demostrado entre nosotros. Autor de la primera hora, vio llegar las corrientes renovadoras sin miedo. Y en vez de declararse vencido, o de persistir en su manera antigua, que le había deparado éxitos indiscutibles y que acaso encierre lo mejor de su producción, se entregó al estudio de las nuevas expresiones, dándonos con Atorrante y Superficie, citamos según nuestros recuerdos, los primeros resultados de sus experiencias. Resultados que ni no fueron todo lo consagratorios que hubiera sido de desear evidenciaron cuando menos la rica dotación artística del dramaturgo.
Más o menos de la misma época, no sabemos si anterior o posterior a Superficie en cuanto a realización, aunque ha sido estrenada posteriormente, Horizontes vino a corroborar su determinación evolutiva. Y ha resultado, mejor o peor lograda en su totalidad, una obra de calidad artística y de preocupación intelectual.
El autor, médico, encontró un caso “paranormal” y de inmediato vio sus posibilidades escénicas. El mismo de ser un caso difícil obligó a profundizar en él. Y ese empeño, de comediógrafo y médico, ha hecho posible la obtención de un personaje lleno de sugestión, de interés, de solidez, pero que conspira contra el conjunto: Lo que rodea al personaje, asunto, realización.
El primer acto, esquemático, lleno de sugestiones, logra una sobria exposición en la que resaltan momentos del diálogo, poético y preciso, que viste una acción simple pero necesaria, justa.
Gusta al público, acaso por el cambio de escena y de ambiente y por aciertos chispeantes del diálogo, el primer cuadro del segundo acto. El segundo cuadro, cuya acción principal se reduce al permanente éxtasis de Zaida, la protagonista, y al remate final de la visión, para lo que recurre a la transparencia del decorado, recurso que no aplaudimos, tiene acertadas pinceladas de ambiente. En general el segundo acto es pobre de asunto, alarga la acción por obligada síntesis de esa pobreza, pero gusta y aviva el interés del público por habilidad de oficio: hay teatralidad.
En el tercer acto la construcción, siempre simplista, siempre sugiriendo más que “moviendo” la acción, pesa un tanto el diálogo de divulgación; tiene interés, pero hubiera ganado la comedia, ya que no el conocimiento técnico del caso, con una divulgación más sintética. Nos hacemos cargo, desde luego, de lo penoso que es callar cuando se tiene mucho que decir sobre un tema interesante; pero hay que tener en cuenta que el público no participa del interés profesional del médico.
Hemos analizado, someramente, los tres actos de Horizontes. El hecho de hacerlo y el tono que hemos querido conservar demuestra que reconocemos la categoría de producción. Las observaciones, hijas de un punto de vista personal del cronista, no hacen desmerecer el conjunto: es una obra digna, que quien merece, aunque sólo fuere por su afán de superación, el premio con que ha sido honrada.
Dicho lo que antecede de Horizontes no hará falta abundar sobre la labor realizada por Evita Franco. Hay que tener vocación, amor al teatro, temperamento y dignidad artística para encariñarse con un personaje que requiere profundo estudio y ardua labor. Y la Zaida de Horizontes tiene esa pasta. La actriz tiene que entregarse al personaje. Desaparecer. Y Evita consigue hacer olvidar la figura elegante y ciudadana, transformada, se diría que en cuerpo y espíritu, en la serranita visionaria.