No sin cierto interés esperábamos el estreno de Hay que darle con el gusto, pieza en tres cuadros, original del autor local, señor Francisco Mateos Vidal, que anoche hizo conocer la Compañía Ramírez en el Novedades.
A través de las impresiones obtenidas entre los componentes del elenco, exteriorizábase cierto optimismo sobre el éxito de la pieza, éxito que por cierto la obtuvo y merecidamente. En un trabajo ligero como éste, inspirado en el deseo de hacer reír, pero encuadrándose en un marco honesto, es raro ver apartarse de los cuadros habituales del género chico nacional que hacen del sainete criollo una serie de lugares comunes ya sea en el ambiente o en los personales. El señor Mateos Vidal está lejos de ellos; ha planteado su obra y ha definido algún personaje con una visión acertada, abundando en las situaciones cómicas que por momentos dan la sensación del vodevil.
En un trabajo breve, para llenar la tiranía de tiempo que proporciona una sección teatral, ha tenido el autor la suficiente habilidad para desarrollarnos una trama si se quiere ingenua, pero impregnada de un espíritu risueño que proporciona momentos de sana expansión, manifestándose rasgos de fino humorismo que nos resultan más destacados precisamente porque no son comunes.
En sus personajes se advierte algún perfil interesante, como el del vividor que queriendo rehacer su vida encuentra el modo de hacerlo dando el “botonazo” con una solterona rica a la que embauca con sus supuestos antecedentes de celebridad.
En resumen, todos los factores que impone el calificativo de “pieza cómica”, existen en dosis abundante para hacer de Hay que darle con el gusto, una pieza digna de figurar con mayores títulos que tantos que abundan por ahí, en el repertorio de Ramírez, que incorpora un trabajo honesto, donde no existe el conventillo, ni la percanta que se fugó del hogar, ni todos los lugares comunes y remanidos del sainete criollo que tanto hacen por el desprestigio del género.
El público numeroso que asistió al espectáculo, aplaudió la obra con toda justicia, exigiendo al final la presencia del autor que debió agradecer tales demostraciones.
Injusto sería no destacar la labor entusiasta de todas los artistas que evidenciaron sus propósitos de dar a la obra de Mateos Vidal, una interpretación certeramente ajustada.
No puede haber sido más feliz pues el segundo intento teatral del novel autor que acusa en esta obra progresos manifiestos sobre su anterior, en un afán al que ha de llegar como llegan los capaces.