Héroe anónimo y olvidado de las batallas teatrales, alma de las representaciones escénicas, perla oculta en su concha, el apuntador es una de las primeras figuras del teatro, tanto de telón adentro como de telón afuera, aunque no se le reconozca su preeminente lugar por envidia o ignorancia.
Los autores ponen todo su prurito en adular al primer actor y a los principales artistas que interpretan la obra, pero nadie se preocupa de propiciarse al apuntador que es, en definitiva, árbitro del bueno o mal éxito de una representación.
Un buen apuntador es impagable, aunque se le asigna en la planilla sueldo mucho menor, salvo raras excepciones, que a las primeras partes. Y sin embargo no hay primera parte que no pueda fracasar alguna vez sin el auxilio del apuntador que, desde su concha, es el verdadero director de escena, el sostén, el báculo, el guía y el ayuda de la memoria del cómico.
El insigne don Carlos Latorre contaba como su mayor triunfo en el teatro, lo que pudo ser para él su primer fracaso. Representando una tragedia que el gran actor sabía perfectamente, en un monólogo que era el don de la obra, cuando el público emocionado aplaudía, echa de ver que el apuntador, olvidando su misión, lo admiraba con entusiasmo indescriptible. Era un apuntador excelente y veterano.
La impresión que hizo a Latorre el hecho, nuevo en los anales del teatro, pues un apuntador es un hombre impasible e inalterable, le paralizó la memoria, olvidándose en absoluto de lo que tenía que decir. Don Carlo hizo una pausa larga y el apuntador vuelto a la realidad de la vida por el silencio que se produjo, continuó su tarea.
Apuntador conozco a quien robaron el libreto de una zarzuela nueva, la noche del estreno y apuntó de memoria, sabiendo la obra sin tropiezos gracias a su presencia de ánimo; pues haber sabido los actores que no tenía su ejemplar correspondiente el apuntador, hubiesen cometido mil desaciertos a causa del miedo.
En efecto un actor que confía en el apuntador, está sereno y rara vez se equivoca, poseyendo el aplomo y la seguridad que se designan con las frases «saber pisar las tablas» y «tener mucha escena» en el lenguaje corriente de entre bastidores.
El apuntador no tiene sólo la misión de apuntar; es decir: de leer la comedia para que cada actor recuerde su papel; esa sería tarea insignificante. La del apuntador es mucho más comprometida y trascendental para el buen éxito de la representación escénica. Sobre enarcar a cada uno cuando debe hablar y sobre indicarle lo que dice, designa su puesto en la escena a todos los personajes y dónde deben pasar para decir tal o cual frase, haciéndoles efectuar los cambios, situaciones y juegos escénicos que plugo al autor acotar en el ejemplar.
Compréndase con sólo la enumeración de esta labor lo difícil e importante de la tarea del apuntador; pero todavía no es ello todo, aunque sea mucho. Un actor aun sabiendo muy bien su papel y habiendo hecho la obra muchas veces, se equivoca y en una escena del primer acto de un drama, intercala unos versos del tercero. El actor que se halla con él en escena, si no es muy veterano, se sorprende y no sabe qué responder, con lo cual el público advertirá el paso y tal vez de una grita a ambos. Pero allá está el apuntador.
En la mayoría de los casos, ni se entera el público de estos tropiezos que ocurren con más frecuencia de lo que muchos se imaginan.
Raro es el actor que no se recomiende efusivamente al apuntador en las escenas de cuidado. Durante los entreactos el artista que no necesita cambiarse de traje y tiene alguna escena comprometida, repasa ávidamente su papel, pero, aunque lo sepa como un papagayo, no deja da advertir al apuntador:
—Te recomiendo la escena V, ten mucho cuidado conmigo.
En las compañías italianas y francesas, no suele suceder esto sino muy rara vez ni hay razón para que suceda, porque los actores tienen un repertorio muy reducido y los cuadros de compañía son los mismos durante años y años. Por ello también con alguna frecuencia presentará mejor conjunto que las españolas.
En efecto una compañía tan eminente como la de Ernesto Novile no alcanza a tener cien obras de repertorio, mientras que cualquiera de los actores españoles de menor categoría tiene más de quinientas obras hechas. Leopoldo Burón tiene un repertorio y un archivo de más de mil obras, y D. Antonio Vico ha estrenado seiscientas cincuenta y ha hecho más de otras tantas obras estrenadas por otros actores de su misma o de distinta época. D. José Mata, durante tres temporadas seguidas (de setiembre a marzo) dio función diaria (y los domingos y días de fiesta tarde y noche) sin repetir una sola obra, y no alcanzó a representar la tercera parte de su repertorio.
Estoy seguro que cualquiera de los actores da la Compañía Cordero, tienen más de quinientas obras hechas.
De ahí la gran importancia del apuntador en estas compañías. Esto sin contar con que a veces el apuntador es una verdadera alhaja.
Sobre todo en las compañías formadas para trabajar en provincias, en las que casi siempre el apuntador desempeña algunos papeles, figurando como racionista o parte de por medio.
Y resulte a veces, como ahora en el Progreso con Tután, que sobre ser un buen apuntador y un discreto racionista, ejerce de pintor escenógrafo correcto, proporcionando a la empresa decoraciones muy apreciables para obras como La Muralla y Don Álvaro, y otras.
Sin que nadie se fije en ello, ni conozca la labor modesta pero importantísima del apuntador, este es, realmente, el alma de la representación teatral, y bien merece que una vez al menos se le haga justicia en letras de molde, sacando a colación sus méritos ocultos.
No es en las batallas teatrales el apuntador el héroe anónimo que se bate y entrega su vida confundido en al montón anónimo: el soldado sino el oficial de Estado Mayor que forma y dirige el plan de campaña, para que se lleve la gloria el General que manda la acción y los jefes de alta graduación que toman parte en el combate.