Un espíritu aristocrático y profundo incursiona por los meandros poco iluminados de nuestro pasado colonial, inspecciona, recolecciona rasgos de vida, los tamiza en la urdimbre finísima de su cerebro de refinado sensual, y con ellos construye una obra, poco común en la forma, de fondo harto sugestivo, pues, sin develar mucho, nos avoca al problema perturbador por excelencia, al problema religioso.
La Sombra de Satán es una novela dramática o una comedia novelesca. La designación importa poco cuando la creación es trascendental. Decimos trascendental, porque, en medio de la apatía ambiente de los espíritus, un libro que al volver su última hoja deje sello en el lector, no es la obra simplemente recreativa, baladí, no. Es el punto de partida de ideas y sensaciones que prolongarán al espíritu por campos inexplorados, permitiéndole el goce agudo de anhelados descubrimientos.
La Córdoba colonial surge de la novela, tétricamente mística, atormentada por una fobia claustral hacia la alegría del vivir. Los personajes, reales o fantásticos, se debaten en conflictos eminentemente espirituales, torturándose en la brega del instinto contra la conciencia aherrojada por los prejuicios religiosos, prejuicios que se condensan en el ambiente propicio de la ciudad secularmente conservadora, enemiga declarada de toda brusca innovación triste, con la tristeza de las cosas que se obstinan en la índole rancia de las otras cosas.
Y Taborda, como artista eminente que es, sabe sacar, de esa turbia fuente estética, una bella creación en la que prodiga, al par de conceptos profundos, galas de expresión. A la intensidad dramática del diálogo intercala la prosa diáfanamente poética de la acotación, llegando, por espacios, a la grandeza épica. Evidencian su fibra de escritor fuerte las narraciones que desarrollan las dos preciosas leyendas que justifican dos estados de alma de dos personajes de la novela. Y por encima de todo, una como armonía imitativa que lleva a la mente a una vida pretérita, extraña y familiar a la vez.
No diríamos todo sino remarcáramos algo que no nos satisface. Decimos: la teatralidad de ciertos diálogos, su redundancia de movimiento escénico expresado, impropio quizá de una obra destinada a la lectura intensa, a una atención que rechaza todo exceso de precisión por parte del autor.
La Sombra de Satán aparece en un momento propicio. Consecuencia de una crisis económica es que los espíritus se hayan libertado de obsesivas preocupaciones de sensual utilitarismo a ultranza, y que se encuentren más aptos para tentar la resolución de problemas morales a la vez que para experimentar las levantadoras emociones del sentimiento.
El hombre que escribe un libro y que puede constatar que ese libro hace pensar, debe darse por satisfecho, debe quedar contento. La Sombra de Satán hace pensar.