"La crítica es necesaria, indispensable; ella obliga a artistas y empresarios a cumplir con el público y a no pervertir su gusto artístico. Alaba o vitupera a los artistas, poniendo en evidencia a los buenos y fustigando a los malos; haciendo del teatro lo que realmente debe ser: una escuela de moral y de filosofía”.
De los cronistas de diarios, el que ocupa un puesto preeminente entre ellos, es seguramente el encargado de la crítica teatral, cuando el diario actúa y debe dirigir la opinión del público de una gran ciudad rica y culta.
Un gran poeta ha dicho que la crítica es fácil, pero que el arte no lo es (Boileau). La verdad es que no es cosa baladí, esto de escribir una buena crítica teatral.
El autor, si es novel, pecará siempre por un exceso de altruismo, y si viejo, el pesimismo será casi siempre el prisma por el cual mirará las cosas. La juventud lo ve todo por el cristal color de rosa y la vejez por el cristal, a lo menos ahumado.
Un justo medio es necesario.
La crítica tiene una influencia decisiva sobre el arte. Si sus propósitos son sanos y juzga sin pasiones, hará un gran bien, tanto al público como a los artistas, obligando a las empresas teatrales a ver en la explotación de las salas de espectáculos, otra cosa que un simple negocio pecuniario. Es cierto que se debe también buscar y amparar el lado económico de la cuestión, pues, sin dinero el arte no puede vivir ni prosperar; pero no se debe olvidar tampoco que no es difícil reunir en un amable conjunto, el arte verdadero y el provecho.
¿Qué debe buscar el crítico teatral? ¿Cuál es el objeto de la crítica? Propongo estas cuestiones con el objeto cínico de guiar el criterio de mis jóvenes compañeros que escriben las crónicas teatrales de los diarios de Córdoba; no para darles lecciones, que seguramente no necesitan, pero si para conversar un poco con ellos, sobre el arte y sus intérpretes.
Pocos críticos teatrales hemos tenido en Córdoba, y uno de los mejores que ha tratado de guiar la opinión pública en cuestiones teatrales, ha sido el literato don Eugenio Troisi, que tuvo el único defecto de haber anticipado sus excelentes crónicas a la época conveniente.
Lo repito: no es fácil escribir una buena crítica. En primer lugar, es necesario que el cronista tenga siquiera un conocimiento aproximado de lo que se llama el teatro, lo que podrán conseguir fácilmente los críticos noveles leyendo las revistas especiales del país o extranjeras y tomando por ejemplo las críticas hechas por autores conocidos.
En nuestro país, la crítica es mucho más difícil que en Europa, por la sencilla razón de que aquí cultivamos todos los géneros; pues en nuestros teatros alternan las compañías de género chico, las de operetas, las de comedias, las dramáticas clásicas, las dramáticas nacionales y las de gran ópera, que tienen de vez en cuando a dar algunas funciones y que, como meteoros fugaces, cruzan rápidamente nuestro cielo artístico.
Se comprenderá fácilmente que son muy raros los críticos que tengan los conocimientos, generales, literarios y musicales, para abarcar tan vasto campo artístico y que es natural que sus opiniones carezcan forzosamente de la cohesión necesaria para poder servir de guía a la opinión pública.
Si el periodismo fuera una profesión capaz de hacer vivir a los que se dedican a ella, desde el segundo plano, nada más fácil que crear una escuela de críticos, o mejor dicho, reunir a esos jóvenes principiantes y en conversaciones amenas e instructivas, dirigir su criterio hacia las regiones del arte teatral, en que lucen estrellas de todas las magnitudes. Desgraciadamente este deseo que acabo de manifestar, no es sino una ilusión, una esperanza tal vez, para cuando los poderes públicos comprendan que es necesario encauzar el criterio teatral de las masas populares para no pervertir su educación artística. Se ha dicho que en Francia, una de las causas de la decadencia moral del segundo Imperio, ha sido el género libre extremado de la zarzuela francesa, que llegó en aquella época (1854 a 1870) hasta la licencia más desenfrenada; y es posible que así sea cuando se ha visto públicos asistir en la Ópera Cómica de Paris, a la milésima representación de Orfeo en los Infiernos, y embelesarse noche a noche con las trapisondas de Marte y de Venus o con las desventuras maritales de Orfeo, a quien Plutón había tomado para el patronato (que se me permita esta licencia criolla). Es claro, el público no es sino un niño mayor de edad, al cual el teatro seduce, como seducen siempre las representaciones de nuestros vicios o de nuestras virtudes y que es fácil guiar en la senda que más conviene, sea a su verdadera educación artística o si no adulando sus vicios y sus tendencias para que las compañías hagan su agosto.
Aquí se puede decir, con toda seguridad, que el pueblo va al teatro por costumbre, lo que es muy laudable, puesto que no habiendo otras distracciones tendría que pasar sus veladas en otros lugares de menos moralidad, por inmorales que fuesen las representaciones que se exhibieren.
Este año hemos podido notar un hecho que no ha tenido precedente en nuestra historia teatral local, y es que una compañía del género chico, haya podido durante cinco meses reunir noche a noche un numeroso público y dar a sus empresarios buenas utilidades
Aprovechando tan buenas intenciones del público pagano, los diarios locales deben, a mi juicio, por medio de sus cronistas, encauzar el gusto artístico de este público y llevarlo hasta el verdadero teatro ameno a la par que instructivo.
El Circulo de la Prensa, de reciente formación entre nosotros, podría tomar cartas en el asunto promoviendo concursos literarios artísticos, premiando a los mejores críticos locales favoreciendo el arte nacional por medio de certámenes. En una palabra, dedicando parte de sus actividades y de la influencia de que dispone por medio de los diarios, para aguzar el ingenio y el gusto artístico literario de la juventud, la cual, como mariposa revolotea alrededor de este foco de luz que se llama la prensa, buscando la gloria efímera, pero seductora del aplauso de los lectores.