El teatro siempre ha sido una cátedra de cultura para las sociedades y también es una manifestación de progreso su creación, cuando los pueblos llevan, por decirlo así, un sello de carácter propio é independiente.
Así vemos que en las naciones donde el arte teatral se ha arraigado no sólo ha retratado las características de una raza, sino y con más riqueza, las distintas fases porque ha pasado la misma a través de las etapas de su desenvolvimiento.
El reflejo de las costumbres, de las sociabilidades, llevado con el auxilio del arte a la escena cuando la moral lo alumbra, es la manera más práctica de remediar los males y guiar por buena senda la tendencia de los hombres.
Ahora bien; cuando la fibra patriótica se halla resentida, cuando el egoísmo prima sobre las virtudes y todo se abarca, desde la cúspide sombría del sensualismo para actuar en el inmenso campo de la actividad llevado solamente por el interés y el instinto, entonces más que nunca se hace necesaria la implantación de una sólida cátedra de moral para el pueblo.
El teatro levantado y moral es un complemento de la tribuna y del púlpito que viene aportar su no despreciable contingente a la obra del bienestar común.
Nuestro país ya ha alcanzado su independencia artística alimentada por cerebros sólidos y fecundos y en tal concepto es una necesidad la contribución colectiva tendiente a alimentar entre nosotros el teatro propio máxime tratándose de un país que ofrece innumerables tipos y caracteres de tintes exclusivos y genuinamente suyos, que abren un vasto campo a la experimentación y al estudio.
El teatro nacional, pues, se impone.