Hemos sostenido, a lo largo de estos últimos años, y luego de la experiencia de la Orquesta Sinfónica y de los programas especiales que auspició el Gobierno de la provincia, con la participación de grandes artistas europeos y de la Capital Federal; que es una verdadera necesidad la difusión organizada de las expresiones más altas del arte contemporáneo, de modo de ponerlas al alcance de los sectores populares más vastos. Fruto de aquella prédica constante. –podemos decirlo sin jactancia– fue la creación de la Comisión Provincial de Cultura, que el último Gobierno constitucional de la provincia instituyó, haciéndose eco de las demandas que se le formularon y en base al éxito de los espectáculos que organizó desde el Ministerio y la Subsecretaría de Instrucción Pública.
Fue una desgracia, sin duda, que el mismo gobierno que creó la referida Comisión no tuviera tiempo de ponerla en marcha, con los recursos necesarios y con la orientación que definió en el decreto respectivo. Los hechos revolucionarios determinaron la terminación anticipada del mandato popular y la paralización de sus iniciativas principales. Entre estas últimas, la de la creación del organismo que en lo sucesivo impulsaría el desarrollo orgánico de las manifestaciones artísticas fue una de las que resultó más afectada. Con todo, uno de los varios interventores federales que se han sucedido, desde el. 4 de junio de 1943, quitó el polvo reciente al decreto y puso en movimiento la Comisión. Pero, según los hechos lo mostraron enseguida, las cosas no tuvieron el ritmo que pudo esperarse. Se comenzó a andar mal en punto a recursos; es decir, había una desproporción manifiesta entre las finalidades atribuidas a la Comisión en el papel, y los recursos que se ponían a su disposición para cumplirlas. De esa manera, se la reducía a un simple papel decorativo, al estudio y resolución de expedientes menores o a la organización de los conciertos de la Orquesta Sinfónica. Tampoco se hizo nada efectivo en lo que se refiere a las orientaciones de fondo, malográndose los objetivos que el decreto de creación perseguía en punto difusión de las bellas artes, de las letras, de la música, de los coros y del buen teatro. Hoy, sin lugar a dudas, se advierte que la Comisión Provincial de Cultura, y principalmente por falta de real cooperación gubernativa y por incomprensión de 1os propósitos que se tuvieron en cuenta en la primera hora, no ha ‘dado los resultados que era lógico aguardar`.
Sin embargo, la necesidad de hacer accesibles al pueblo las más nobles expresiones de la cultura y del arte subsiste planteada en los mismos términos. El gobierno no puede desentenderse de esta clase de problemas. Es su deber arbitrar soluciones y medios eficaces, que irradien, ampliamente, su influencia positiva sobre la comunidad.
Un aspecto —para dar un ejemplo ilustrativo— tan importante como es el del teatro no puede seguir siendo extraño a la conducta del Estado. El decreto de creación de la Comisión Provincial de Cultura, con visión exacta del porvenir inmediato, contemplaba la creación del teatro de comedias y del teatro juvenil. Nada se hizo en ese sentido. Pero que hay un reclamo expreso sobre este asunto y que, inclusive, se cuenta con material humano para emprender la obra del buen teatro, lo muestra el hecho aleccionante de que un grupo de jóvenes, sin amparo oficial ninguno, se ha lanzado a la ardua empresa de representar las mejores piezas contemporáneas. Hoy, precisamente, pondrán en escena una obra de calidad y que presenta muchas dificultades de interpretación. Nosotros nos preguntamos: ¿Será posible que una iniciativa como ésta, surgida a pesar de la desidia oficial, desafiando todos los previsibles inconvenientes quede sin apoyo del gobierno?
Pensamos que el Estado, a través de los hombres de gobierno, debe llevar la mirada hacia estas puras manifestaciones de arte desinteresado y superior y consolidarlas mediante una oportuna ayuda. De esa manera preparará los elementos con que tarde o temprano habrá que realizar la obra de extender a los sectores más numerosos de la población los productos egregios del espíritu creador de nuestro tiempo, en arte y cultura.