La falta de espacio nos impidió en nuestro número anterior hacer juicio detenido del estreno de El castigo de una infiel, juguete cómico en un acto, original del joven escritor Luis E. Cappellini.
Podemos asegurar sin reservas que ha sido éste uno de los estrenos más afortunados de autor local. Y lo decimos en su doble sentido: afortunado por el valor real del trabajo, que no ha defraudado ninguna expectativa sino que –y esto es lo mejor– ha sido para mucha gente una sorpresa agradable; y afortunado también por la excelente acogida que le dispensó el público.
Contados son, en efecto, los autores locales que han recibido aplausos tan ruidosos, tan unánimes y tan justicieros, como los que premiaron la labor de Cappellini.
El castigo de una infiel es un interesantísimo acto de vaudeville de la mejor especie. Tiene, como tal, todos los requisitos estudiados en las piezas del género: trama ingeniosa, que se enreda más y más, en una serie de episodios inesperados; abundancia de situaciones; ligereza y agilidad de diálogo.
Vano fuera pretender reseñar el argumento. Baste decir que está urdido con habilidad de buen autor y que se desenvuelve en forma lógica, manteniendo el interés y la expectativa hasta las últimas escenas.
El público ríe y ríe de buena gana con el desarrollo de la pieza. Eso se propuso el autor y lo consigue plenamente. Y conste que no son los recursos ruidosos, ni el retruécano de mal gusto los que mantienen constante la hilaridad. Son, sencillamente, los enredos de la trama, la espontaneidad de las situaciones, la agudeza del diálogo. La pieza resulta, pues, equilibrada en su conjunto, eficaz en su realización. Lo que le hace perder un poco son estas fallas menores: la repetición de un mismo motivo en dos o tres pasajes y lo excesivamente simple de las dos escenas finales que a nuestro parecer sobran.
El autor es digno de todos los estímulos y de cuya producción mucho bueno puede esperarse. Ha obtenido con la obra que comentamos un triunfo verdadero y legítimo que nos complacemos en señalar.