Como lo teníamos anunciado, realizose anoche el banquete en homenaje al joven Julio Carri Pérez, por su reciente éxito teatral.
La demostración resultó digna del obsequiado, ofreciéndola el doctor Ataliva Herrera.
Formaban la cabecera de la mesa los caballeros doctor Pedro S. Rovelli, Clodomiro Corvalán, doctor Jesús Vaca Narvaja, Emilio Soaje, doctor David Linares, José María Zalazar, doctor José Ignacio Bas y Ataliva Herrera.
Concurrieron también los señores J. Z. Agüero Vera, Alfredo B. Latisnere, ingeniero Eleodoro G. Sarmiento, Raúl Orgaz, Rodolfo Gil Pueyrredón, Rafael Soteras, Luis León, doctor Enrique Posadas, Pablo C. López, Ernesto Ceballos César, Ricardo Julio Gallardo, doctor Federico Correa Llanos, Silvano Gallegos, Juan L. Brunner, Juan Maggio Pacheco, Nicanor M. Montenegro, ingeniero José R. Lencinas, Ramón Frontera Vaca, Pedro León, Domingo Arroyo, Omar O’Kelly, doctor Lorenzo Aguerregaray, Martin R. Pérez, Nicolás Agüero Vera, Domingo Juliá, Julio Brunner Núñez, Eduardo Z. Maldonado, Félix J. Pereyra, Pedro Centanaro, Adolfo Edelstein, Lindor Argüello, Humberto Bianchi, Daniel Moreyra, Francisco Suárez, Teodomiro S. Rodríguez, Martín T. Barrera, Julio Liberani y Eduardo S. Martín.
Al destaparse el champagne, brindó el doctor Ataliva Herrera leyendo las estrofas siguientes, que provocaron estruendosos aplausos:
BRINDIS
En una sencilla pauta
De un aire suave, cerril
Tañía mi dulce flauta
Pastoril;
Ahora un ritmo sonoro
Vibra en mi silvestre caña
Y cae la lluvia de oro
Del champaña.
Calza el coturno Talía
En un empaque triunfal
Y desgrana la alegría
Festival.
Golpea un tirso de rosas
Las frentes sin cesar
Y vuelan las mariposas
Del pensar.
La divina musa griega
Hace de gracias derroche
Y el áureo peplo despliega
Esta noche.
Más esplendente que Febo,
Más meliflua que un panal
Quiere juntarse al mancebo
Virginal.
Al que se unió en “Tierra Firme”
Con ella en primera unión,
E hizo que el nudo confirme
La ovación.
Como si fuera una esposa
Le liga en una esponsal,
Que ha de ser como la diosa
Inmortal.
Al eterno Apolo asedia
Por arrancarle un laurel
La musa de la comedia
Para él.
Del gay saber caballero
Le arma para la victoria
Y le indica el derrotero
De la gloria
Con el freno de dos rimas
Le monta en fuerte pegaso,
Que le conduzca a las cimas
Del parnaso.
Le embriaga en rico falerno
Para que hostigue el ijar,
Le nutre del brío eterno
De triunfar.
Con la mano inmaculada
Nimba en lumbre sideral
Al que ganó la olimpiada
Espiritual.
Vencedor: fiel se congrega
La amistad en tu loor
Y destila la miel griega
Su dulzor.
La fraternal alegría
Sus gratas notas deslíe
Y la divina Talía
Ríe, ríe.
Brindo! por la diosa hermana
De la gloria y del amor
En esta fiesta pagana
Del Tabor.
Y por ti! el ritmo sonoro
Vibre en mi silvestre calla
Y caiga la lluvia de oro
Del champaña.
ATALIVA HERRERA. Córdoba, julio 15 de 1913
Contestó el joven Carri Pérez con una brillante, elocuente y sentida improvisación, bella en su forma y profunda en su fondo, interrumpida por ovaciones constantes en sus distintos pasajes.
Comenzó diciendo que había sentimientos que no podían traducirse, y que, si se apresuraba a agradecer, era antes que para cumplir con la sacramental imposición canónica, buscando exteriorización inmediata a esos sentimientos.
Dijo que la fiesta, a más de hermosa, inmerecida, pues el homenaje triplicaba la efectividad del motivo, en razón de la serena irradiación de prestigios que lo abonan, saludando luego a los asistentes, en su representación respectiva.
Después de una ligera referencia a su obra y al ideal que la animaba, reseñó una leyenda de Rodó, “La respuesta de Leuconoe”, de la que dijo “que encerraba una hermosa consigna para nuestra voluntad, y un brioso estímulo a nuestro denuedo”, agregando que esa leyenda era para el espíritu como el repiqueteo de las campanas en un sábado de gloria, o como el corear de un himno en días de regocijo”.
Dijo luego:
“Ha habido su buena parte de osadía en el asalto, que nunca creí, nunca esperé tuviera tan benévola acogida. Porque en el transcurso de mi vida, cuando he pretendido repechar la montaña anhelada, más de una vez las zarzas me han clavado sus espinas, y más de una vez las toscas me han ofrecido su hostilidad como una agresión, Oídme, porque este es el momento de las sinceridades incontrovertibles: bajo el agobio de una fatalidad irreparable, con el estigma de una conmoción que me estremeciera cuando niño, he probado todas las amarguras y todos los sinsabores. Podéis valorar, entonces, lo que significa para mí este homenaje, esta bendición de sol después de la borrasca, este estímulo glorioso, este supremo “sursum” que llega cuando nada lo justifica, y cuando nada, también, me otorgó el derecho de esperarlo”.
Se extendió luego en consideraciones sobre el teatro nacional, manifestando abrigar el anhelo de su dignificación, acabando con las piezas que explotan pasiones miserables, en ambiente de bajo fondo y de tugurio.
Concluye reiterando su agradecimiento por la demostración.