“El amanecer del director es la dignificación del intérprete”. Los Principios, 13 de Noviembre de 1936: 11

El director Antonio Cunill Cabanellas

La temporada teatral cordobesa, cuya finalización está  muy cercana, no ha poseído este año su expresión má­xima, entendiendo por tal el espectáculo que forma la nota de excepción, bien por su categoría o por las pro­yecciones artísticas que siempre dejan perduración emotiva. Hemos tenido elencos estimables que nos ofrecieron novedades festejadas, pero no escaparon al nivel habitual y fa­miliar, con tonos y matices más o menos expresivos, ausen­tes de renovación, como si fuera necesario e irremediable mantenerse aferrados a los elementos tradicionales. Es defecto, lo es y grande a esta altura de la historia del tea­tro, que hace rato grita por cambiar, si no su entraña y  esencia, su envoltura realista.

Que ello proviene de la falta de reacciones capaces y menos rutinarias, es cosa por demás evidente y harto co­mentada para añadir algo más; pero menester es señalarlo cuando la infor­mación periodística o crítica persigue el propósito de hacer distingos y mostrar los contrastes, que se han de presentar al público por la forma mo­derna y desconocida en nuestros escenarios.

Hubo un tiempo en que la figura del director no poseía la personalidad ex­terior que ha conquistado en la actua­lidad y esto, sin duda, provenía del pe­riodo histórico que no les permitía ac­tuar con libertad de acción, supeditada a la tiranía dominante del divismo, que arrollaba la misión del conjunto y de otros atributos esenciales en la escena, siendo él el único espectáculo y la úni­ca expresión dramática en el tablado. Esto pudo ocurrir, cuando el actor o la actriz apuntaron la suficiente genia­lidad para imponerla, pero, pasada ésta, eclipsada en virtud de la vejez o de su desaparición, el teatro se fue liberando para dar más armonía y unidad a todos sus elementos que cobraron, así, mayor vitalidad y expresión menos convencional y su emo­ción surgió pura sin el ornamento de la truculencia o de re­cursos dudosos en la concepción artística.

La época del director asoma al fin y sus resultados en nuestro país, aislados, pero elocuentes, revelan hasta don­de se puede llegar con la perseverancia y con la ayuda co­lectivas. Y hasta aquí hemos llegado para precisar la prin­cipal figura de la Compañía Nacional de Comedia, que el día 24 del corriente hará su aparición en el Rivera Indar­te: Antonio Cunill Cabanellas, director del conjunto.

El juicio nuestro no debe ser absoluto o negar la existen­cia de otros valores en nuestro teatro, que los hay, pero si por los hechos, más que por las promesas o posibilidades hay que juzgar, Cunill Cabanellas arrastra todas las simpatías por su brillante labor al frente del teatro oficial.

El hombre que escribió Chaco, acusó en seguida su con­cepción del teatro y de la vida que hay que reflejar en él. Sin ser un revolucionario, su obra de director tiene un contenido de arte que llega a impresionar hondamente. Desde el ambien­te y clima, perfume que se solaza en todos los ángulos y deta­lles de la escena, hasta el movimiento de las criaturas, guardan la unidad de la creación. Lo que creíamos difícil en nuestro in­térprete, la soltura de las acciones y del buen decir, lo logra maravillosamente el director, bien con el arte plástico, vivien­te y ágil, o con las inflexión de la voz o del matiz cambiante, trasuntos siempre de estados anímicos de los personajes que dejan de ser los habituales muñecos que hablan sin sentir ni sentimental ni cerebralmente, lo que fríamente va cantando el apuntador escondido en la escotilla.

Con la valorización del director, se ha logrado también la dignificación del intérprete argentino. Muchas veces hemos du­dado de la cotización de un actor o de una actriz lograda na­da más que porque tuvo un instante feliz en su carrera o por­que animó centenares de representaciones de una misma obra, o bien porque se constituyó en cabeza de compañía. Pero todo eso no justificaba en ningún momento la bondad del intérprete, más profesional que artista.

Hemos querido reflejar en estas líneas, la importancia que reviste la actuación del conjunto oficial dramático, porque nin­gún aficionado de Córdoba debe ser indiferente a una manifes­tación de arte argentino que ha llegado a una altura considera­ble de estima y de categoría.

Se conjuntan en los próximos espectáculos del Rivera In­darte, teatro y belleza; animado el primero por la inteligencia y el corazón de artistas inspirados en una noble cruzada, y la segunda brotando de la armonía de la creación lograda y per­fecta.