El director Antonio Cunill Cabanellas
La temporada teatral cordobesa, cuya finalización está muy cercana, no ha poseído este año su expresión máxima, entendiendo por tal el espectáculo que forma la nota de excepción, bien por su categoría o por las proyecciones artísticas que siempre dejan perduración emotiva. Hemos tenido elencos estimables que nos ofrecieron novedades festejadas, pero no escaparon al nivel habitual y familiar, con tonos y matices más o menos expresivos, ausentes de renovación, como si fuera necesario e irremediable mantenerse aferrados a los elementos tradicionales. Es defecto, lo es y grande a esta altura de la historia del teatro, que hace rato grita por cambiar, si no su entraña y esencia, su envoltura realista.
Que ello proviene de la falta de reacciones capaces y menos rutinarias, es cosa por demás evidente y harto comentada para añadir algo más; pero menester es señalarlo cuando la información periodística o crítica persigue el propósito de hacer distingos y mostrar los contrastes, que se han de presentar al público por la forma moderna y desconocida en nuestros escenarios.
Hubo un tiempo en que la figura del director no poseía la personalidad exterior que ha conquistado en la actualidad y esto, sin duda, provenía del periodo histórico que no les permitía actuar con libertad de acción, supeditada a la tiranía dominante del divismo, que arrollaba la misión del conjunto y de otros atributos esenciales en la escena, siendo él el único espectáculo y la única expresión dramática en el tablado. Esto pudo ocurrir, cuando el actor o la actriz apuntaron la suficiente genialidad para imponerla, pero, pasada ésta, eclipsada en virtud de la vejez o de su desaparición, el teatro se fue liberando para dar más armonía y unidad a todos sus elementos que cobraron, así, mayor vitalidad y expresión menos convencional y su emoción surgió pura sin el ornamento de la truculencia o de recursos dudosos en la concepción artística.
La época del director asoma al fin y sus resultados en nuestro país, aislados, pero elocuentes, revelan hasta donde se puede llegar con la perseverancia y con la ayuda colectivas. Y hasta aquí hemos llegado para precisar la principal figura de la Compañía Nacional de Comedia, que el día 24 del corriente hará su aparición en el Rivera Indarte: Antonio Cunill Cabanellas, director del conjunto.
El juicio nuestro no debe ser absoluto o negar la existencia de otros valores en nuestro teatro, que los hay, pero si por los hechos, más que por las promesas o posibilidades hay que juzgar, Cunill Cabanellas arrastra todas las simpatías por su brillante labor al frente del teatro oficial.
El hombre que escribió Chaco, acusó en seguida su concepción del teatro y de la vida que hay que reflejar en él. Sin ser un revolucionario, su obra de director tiene un contenido de arte que llega a impresionar hondamente. Desde el ambiente y clima, perfume que se solaza en todos los ángulos y detalles de la escena, hasta el movimiento de las criaturas, guardan la unidad de la creación. Lo que creíamos difícil en nuestro intérprete, la soltura de las acciones y del buen decir, lo logra maravillosamente el director, bien con el arte plástico, viviente y ágil, o con las inflexión de la voz o del matiz cambiante, trasuntos siempre de estados anímicos de los personajes que dejan de ser los habituales muñecos que hablan sin sentir ni sentimental ni cerebralmente, lo que fríamente va cantando el apuntador escondido en la escotilla.
Con la valorización del director, se ha logrado también la dignificación del intérprete argentino. Muchas veces hemos dudado de la cotización de un actor o de una actriz lograda nada más que porque tuvo un instante feliz en su carrera o porque animó centenares de representaciones de una misma obra, o bien porque se constituyó en cabeza de compañía. Pero todo eso no justificaba en ningún momento la bondad del intérprete, más profesional que artista.
Hemos querido reflejar en estas líneas, la importancia que reviste la actuación del conjunto oficial dramático, porque ningún aficionado de Córdoba debe ser indiferente a una manifestación de arte argentino que ha llegado a una altura considerable de estima y de categoría.
Se conjuntan en los próximos espectáculos del Rivera Indarte, teatro y belleza; animado el primero por la inteligencia y el corazón de artistas inspirados en una noble cruzada, y la segunda brotando de la armonía de la creación lograda y perfecta.