Con este título nuestro colega La Época publica el comentario que a continuación transcribimos por considerarlo de gran interés, ya que él revela la equivocada orientación que se le ha dado al teatro nacional por quienes, precisamente, están menos capacitados para hacerlo.
Al frente de cada elenco del teatro nacional figura, como se sabe, un elemento representativo, muy a menudo un cultor de las letras, con prestigio adquirido, lo que asegura su autoridad y competencia, en apreciación de las obras que han de aceptarse.
Naturalmente que en esto de la elección interviene en forma decisiva el primer actor que es, a su vez, director de la compañía. Para él tanto mejor será la pieza cuanto más se adapte a su temperamento artístico en la especialidad que cultiva.
Pero no falta la tercera intervención, que es fatalmente la peligrosa: la del empresario. Este bicho que todo lo ve por el lado del dinero impone sus preferencias, despreciando los consejos de aquellos que saben más y tienen mejor experiencia de las cosas del teatro. Su psicología desdeña a menudo los valores positivos, que no llega a apreciar por la mezquindad de sus recursos de comprensión. Es testarudo y caprichoso. No acepta razones ni discute méritos, ¿cómo podría discutirlos?
A la postre, el “empresario” ha impuesto su voluntad y sale al cartel con el halago que da la esperanza de la proficua cosecha la obra “bodrio”, raquítica pero con vistas al aplauso fácil y al lleno de la sala.
Como una consecuencia de esta primacía, los desacuerdos son comunes y epilogan en la misma forma en que acaba de producirse en el Sarmiento. Llevóse a escena Don Padilla, que no constituyó, por cierto, ningún éxito, pero que contaba con los auspicios del empresario. Resultó así un mal negocio de lo que ha de lamentarse sin resignación de hombre que se mete a la aventura de fallar por su cuenta y con prescindencia de sus asesores “técnicos”.
El señor Weinsbach, sintiéndose justamente ofendido con este desplazamiento, ha tomado sus petates, marchándose a otro lado.
Ha quedado la enseñanza de este nuevo episodio, en el cual todo se supedita al afán de orientar los asuntos teatrales por el camino de su rendimiento “positivo”, sin el respeto por mejorar y estimular el nivel inteligente de la producción, base del crédito que afianza la verdadera y única estabilidad.