El teatro puede ser un gran elemento civilizador y de cultura, tanto en la sociedad como en el hogar, siempre que reúna condiciones de moralidad y nobleza de sentimientos; requisitos indispensables para estos fines.
La Iglesia ha admitido el teatro dirigido a un buen fin moral; pero ha tenido al mismo tiempo palabras de dura condenación para todo espectáculo escandaloso, donde se respire una atmósfera de paganismo y sensualidad o sea el hogar sustituido, lo que bien pudiera llamarse escuela de perversión; pues como dice M.Stael "el espectáculo influye en el espíritu casi tanto como un acto real".
Siendo así, cuánto empeño debemos poner en que los espectáculos sean morales y sanos; que enaltezcan los sentimientos de abnegación, patriotismo y respeto a todo principio de autoridad, que de ningún modo sea escuela de robos, crímenes, perversidades de todo género, y como lo son la mayor parte de todos los espectáculos que en cinematógrafo se dan a diario en todos los cines de la ciudad, y que no dejan en el espíritu sino gérmenes de bajas pasiones.
El teatro no debe considerarse como un simple desahogo del espíritu o una diversión indiferente o que ninguna influencia ejerza en las costumbres. Todo gobierno bien constituido no puede abandonarle al capricho de moralidad de los empresarios, descuidando una tutela cuya obligación sagrada le impone, que es el de moralizar y exaltar sentimientos nobles de la sociedad y del pueblo.