El doctor Serapio Bujía, sufre de la misma enajenación que han producido tantas obras buenas para el teatro cómico. Vale decir, que llega a sugestionarse en el sentido de que a fuerza de estudio y de trabajo podrá descubrir un fluido con el cual devolverá la vida. Despreocupado en absoluto de todo cuanto le rodea, el hombre se entrega de lleno a su monomanía y abandona por completo a la familia, de la cual el único miembro que logra interesarle es su hija, por cuanto le sirve de ayudante en el laboratorio.
Como es natural, la casa se viene abajo y la esposa, doña Catalina, debe atender a todas las necesidades de la misma, recurriendo a los extraños y raros expedientes, de aquellos a que acuden los que no están acostumbrados a ganarse la vida y deben verse precisados a sostenerse […] de acuerdo a su rango social. De ahí que doña Catalina deba trabar conocimiento con don Gerólamo, su almacenero, y don Moisés, propietario de la casa, a los cuales va entreteniendo para lograr que no hagan efectivos sus créditos. Y el mejor expediente que se le ocurre es, naturalmente, remitir el pago de esos mismos créditos para cuando su marido descubra y aplique el fluido vital. Entra otro personaje importante en la obra o sea el novio de la niña, médico que se propone curar a su futuro suegro de su peligrosa manía.
Con este propósito acude a introducir a otro individuo no menos importante o sea un sinvergüenza que se presta a hacer el papel de muerto, que debía ser resucitado por el doctor Bujía.
Nos encontrarnos con que el doctor Bujía ha llegado al colmo de sus aspiraciones con el descubrimiento del suero que a su entender había de producir el milagro. Al efecto pasa la correspondiente comunicación a la academia de ciencias respectiva y se prepara todo para el sensacional experimento, del cual está pendiente la ciudad entera por medio de las pizarras de los diarios.
El futuro yerno o sea el doctor Horacio Garmendia, tiene todo listo para la tramoya e inicia en ella a doña Catalina pero sin declararle su alcance. En el segundo acto nos encontramos en pleno laboratorio y en los prolegómenos del experimento. Introducido el seudo cadáver a la habitación y extendido en la mesa de operaciones, ante la expectación de delegados de la academia, casero, almacenero, periodistas, etc. se produce el milagro. Lázaro Bonaparte –el sinvergüenza aquel– comienza a moverse y anda una vez aplicada la inyección portentosa.
En el tercer acto encontramos a Lázaro Bonaparte, administrador general de la sociedad formada para explotar comercialmente el fluido vital. La situación consiguiente es bien aprovechada por los autores que producen, como es lógico, situaciones altamente ridículas y de bonito efecto. Debe mencionarse aquí aquella en que habiendo “el administrador” recibido de don Girolamo todo el dinero que le produjo la venta del almacén, lo decide a suicidarse por cuanto la hija del sabio no quiere acceder a sus pretensiones amorosas, o aquella otra en que a una decepción del sabio contesta el “administrador” con una escena altamente patética, para decidirle a seguir trabajando.
Pero todo esto no le sirve ante su amigo el doctor Garmendia y ante el sabio, pero sin poder evitar que el “administrador” se fugue con todos los fondos de la sociedad formado por lo entregado por Girólamo, Moisés y los enfermos que ante inminente peligro de muerte corren a asegurarse por un contrato, la aplicación del fluido vital, o los parientes de extintos que desean o no la resurrección.
Tal a grandes rasgos la obra estrenada anoche, cuyo argumento como se ve se acerca a numerosas del mismo género, pero debiendo decirse en honor de la verdad, que los autores han tratado de producir situaciones nuevas y lo han conseguido. Como puede verse, con tales elementos hábilmente manejados se pueden sostener tres horas de hilaridad, propósito al que los autores han llegado fácilmente y no obstante su inexperiencia escénica, puesta de manifiesto en distintas oportunidades y especialmente en el primer acto, cuya exposición resulta algo pesada especialmente para el público preparado a la acción rápida y nerviosa del sainete, que de tal puede calificarse El fluido vital; no obstante sus tres actos.
Y debemos decir también en honor de la verdad que muy pocas veces el público de un teatro ha certificado su opinión con tanta justeza como anoche, ya que lo único que se acogió fríamente fue el primer acto cuyo desarrollo hizo temer por el resto de la pieza. Felizmente los temores se disiparon en el segundo, a nuestro ver el mejor de todos, por su justeza no indigna por cierto de autores de larga actuación en las tablas.
La interpretación, aún cuando con las fallas inherentes a todo estreno, fu muy buena, debiendo mencionarse en primer término a las señoras Buschiazzo, y García -doña Catalina- y a los señores Mangiante (Gerólamo), Martínez (doctor Bujía), Blanco (doctor Garmendia) y Estulam (el “administrador”) -que debería estudiar un poco más su papel- y Langlemey (un periodista).
La presentación escénica, muy buena.
Al terminar la obra, los autores fueron llamados repetidas veces a escena, obligándole a hablar al señor Carri Pérez.
En suma: una obra de entretenimiento, que puede figurar en el cartel, al lado de muchas otras que forman el fundamento del repertorio nacional de comedia.
Esta noche se repetirá nuevamente, no dudándose que esto llamará al gran público a la Comedia.