No deja de ser curioso el escuchar las opiniones que se vierten en los corrillos y pasillos del teatro, comentando las incidencias del valor literario de un acto, el concepto general de una obra, y a veces la interpretación de tal o cual personaje.
Estas discusiones, confortan y hacen concebir esperanzas al respecto de nuestro público, que si discute, es porque le interesa, porque existe, o por lo menos empieza a existir esa inquietud espiritual, que nos hace concentrar la atención y orientar las discusiones sobre temas de arte, literatura y ciencia, apartándonos unos momentos de la prosa de la vida, que nos hace por fuerza ser positivistas aunque sea en la mínima expresión de ganar el diario sustento.
Trillada, sobada y repetida está la frase que dice: “no solo de pan vive el hombre”; pero no hallamos otra nueva que sea tan justa y como no tenemos la pretensión de revolucionar el lenguaje, la empleamos una vez más en la vida.
Triste debe ser la existencia de esos hombres que por costumbre, avaricia o distracción, no pueden apartarse de los números; de esos seres, para los cuales no existen más que ganancias y pérdidas, y que entre todos los ahorros ahorran el tiempo, sin gastarse en estas discusiones que no les dan provecho. Esa gente que cuando habla de interés, pregunta: ¿de cuánto?, y en su imaginación se retrata inmediatamente el signo de los dos ceritos acompañando guión que está por levantarse a una rayita que esta por acostarse
Claro que estos señores no nos interesan, ni de ellos nos hemos de ocupar puesto que no van al teatro, porque pierden tiempo, según ellos y como no van, no discuten la obra ni siquiera en los pasillos.
Esta es una verdad que no habrá quien discuta. Después de estas disquisiciones que nos creemos permitidas, vamos al asunto que motiva estas cuartillas. En esos corrillos de vestíbulo se oyen cosas graciosísimas, sin que falten desde luego las observaciones atinadas, las críticas justas y los disparates enormes.
Se da una obra de Benavente, de Linares Rivas, de Bernstein o de Bataille y mientras un grupo aprueba tal idea, la belleza de una pose, o lo atrevido de un concepto, en otro grupo unos sesudos doctores generalmente calvos -sin explicación de esa calvicie- afirman que la obra es hermosa para leída.
Siguiendo esta afirmación de los doctores calvos, se pensará que esos autores se han hecho ricos vendiendo los libretos de su comedia, y sin embargo, no hay nada de eso; han vivido de los derechos cobrados por representaciones, y libretos, apenas se han vendido unos pocos más de los que utilizan las compañías.
En otro grupo se lamenta un señor de lo que se aburre, y si es muy sincero confiesa que se ha dormido.
Entre estas tres opiniones hay siempre una serie de opiniones intermedias, de accidentes unas, de generalización otras y disparatadas casi todas.
¿Cómo se explica esta disparidad de juicios? Nosotros, a fuerza de pensarlo, nos hemos quedado satisfechos con esta explicación. Los primeros, los que dan valor a las frases, los que discuten los conceptos, los que se enteran, en una palabra, son gente acostumbrada a este teatro de ideas, que necesita un espectador de sensibilidad necesaria, como para que le emocione la belleza de una frase, el encanto de una idea nueva, o que por su vestidura lo parezca: que sea rápido de comprensión, debido, precisamente a esa costumbre de ver teatro, que educa la atención e hiperestesia los sentidos. A esta clase de espectadores, no se le pierde un sólo detalle, se dan cuenta inmediatamente de los personajes que constituyen el eje de la comedia y de los otros accidentes. Al mismo tiempo y sin darse cuenta comprenden si el actor exagera o está medido y si 1a labor de conjunto es buena o mala.
La segunda opinión, 1a de los doctores calvos, la de esos que afirman que la obra es buena para ser leída, se debe principalmente a su falta de atención o a su tardía comprensión.
En las comedias a que nos referimos, las ideas se suceden con tal rapidez, que basta una distracción para perder varias, y a veces la que constituye la idea mater, entonces el espectador desatento, “cuando cae de las nubes”, se encuentra perdido y le cuesta mucho volver a encontrar el lazo de unión con las escenas sucesivas. Si hallado esto quiere desentrañar las otras que perdió con su distracción, vuelve a perderse y así va el pobre doctor por toda la comedia a tropezones y a saltos como aquel "Gradus ad Parnasum" que musicó Debussy. Es natural que este doctor que se sabe perdido antes de dar una opinión que lo ponga en ridículo, orilla la cuestión con la consabida frase ambigua: muy lindo para leído, sin que tenga en cuenta las 400 representaciones que esa misma comedia obtuvo en París o en Madrid.
Aquel que se aburrió y hasta se durmió, suele ser un tipo falto de sensibilidad, que le interesa únicamente, el momento de la puñalada o el chiste de grueso calibre y cuando más, alguna de esas situaciones violentas que los autores malos, preparan exclusivamente pensando en este público. Cuando la tragedia no sale brutalmente al exterior, cuando las luchas de pasiones son internas, cuando el conflicto es de orden sentimental, ese pobre espectador se duerme, o protesta diciendo, como aquel místico que aburrido gritó: “platica que te platica y la Comedia sin salir”. Este público goza y se divierte con La garra de Hierro, La mano que aprieta y todo lo que sea espeluznante, abracadabrante y horripilante.
Entre los intermedios, de que antes hablábamos y que disparatan, tenemos los que van al teatro por ver a menganito y los que van para que los vean. Estos dicen cosas tan celosas como las que hemos escuchado y vamos a referir.
Una mamá, con varias niñas en un palco: pasa en escena algo muy interesante y una de las niñas pregunta a la mamá:
– ¿Has visto, mamá?
– No me he dado cuenta; estaba contando las plateas ocupadas.
Otra noche en la escena más interesante, varias niñas se posaban los gemelos para constatar si la primera actriz tenía arrugas, y sobre este tema tan importante discutían una hora, molestando a los vecinos, que deseaban enterarse de lo esencial, sin inquietarse por las arrugas.
De todas maneras hay que confesar que vamos adelantando, pues ya se hacen corrillos donde hablan varios; antes se hacían esos mismos corrillos para escuchar a uno solo que pontificaba y muchas veces barbarizaba.