CARRI PEREZ, Julio. “Malvaloca de los Álvarez Quintero”. La Libertad, 20 de Mayo de 1912: 4

Era franca la expectativa abierta por esta obra, la última de los felices autores sevillanos, dado el ruidoso éxito que obtuvo al estrenarse por María Guerrero, en el Teatro de la Princesa de Madrid.

Ya la eximia literata gallega doña Emilia Pardo Bazán, nos había adelantado su juicio en las columnas de La Nación, conceptuando a Malvaloca lo más afortunado que había surgido de la pluma de los famosos hermanos; y la minuciosa controversia de que fue objeto por parte de la prensa así española como bonaerense, contribuyó a realzar más aún, si se quiere, el interés suscitado por la obra.

Malvaloca, malogrado el cariz que han pretendido darle sus autores (y en ello está conteste toda la crítica) no es un drama, ni puede serlo, tal vez por la propia tendencia o el matiz que domina en el teatro de los Quintero. Pero en cambio, nos resulta una hermosísima comedia de costumbres, admirable por la perfección de sus lineamientos generales, por la precisión de la técnica, y por el colorido, vivaz y rotundo de las escenas.

Los autores de El Patio, profundos conocedores del alma popular, a la cual han estudiado en toda su integridad  tanto que la han llevado al teatro en el total de sus manifestaciones, han subrayado con un renglón más, al estrenar Malvaloca, el triunfo de su arte sincero y maestro.

Bien es cierto que ellos no obtuvieron su propósito, pues lo que idearon drama, trocose como decimos en una preciosa comedia colorista, en la que, al igual que en todas las de su extenso repertorio, vive en la plenitud de su esplendor, con todas sus típicas acentuaciones, el ambiente del meridión de España.

Los tres actos de que consta, desea, vuélvense con naturalidad y brío, en la fluidez que caracteriza las producciones de los Quintero. Quisieron entablar la lucha de pasiones, el nudo psicológico que diera a Malvaloca intensidad dramática, pero esta tentativa, ajena a su modalidad de autores, se trunca en la culminación del tercer acto, cuando la obra no ha sugerido sino la impresión definitiva de un soberbio aletazo de vida andaluza.

No huelgan en la obra los desgastados recursos trágicos y el efectismo a lo Sardou de que suele echarse mano para producir la catástrofe final que singulariza el drama, y antes bien, los Quintero no se lían esforzado por desviar la línea de su teatro, recta y firme, sin una curvatura.

Malvaloca, así como es, puede asegurarse que constituye una de las mejores producciones de las autores de Las Flores y La Musa Loca. Nada le falta, en efecto. Su factura admirable y delicada; la verosimilitud de sus escenas, la soltura y fluidez de los diálogos y la gracia de buena ley que la matiza, son basta y sobra para justificar su éxito pleno y bien asegurado

El primer acto, es de sencilla donosura. Los personajes fundamentales, se diseñan ya con nitidez absoluta, y las situaciones y escenas, admirablemente trazadas, llenas de color y de vida, predisponen favorablemente el juicio del público. Paulatinamente, redondeando la acción, van apareciendo tipos accidentales y necesarios, ya populares en el género de los Quintero. Los eximios rimadores de la vida andaluza que llevaron a sus obras, las encarnaciones del alma meridional, y que las inspiraron siempre en los sentimientos de la misma, no podrían prescindir, por ejemplo de aquel Don Geromo, haragán y estrafalario, dicharachero y vulgar; de aquel Lobito, con aspiraciones a chulo y que pone en la obra la nota marcadamente retozona, o de aquella Doña Enriqueta, puntillosa y recatada.

Al iniciarse el tercer acto, la acción decae momentáneamente,  para encarrilarse, nuevamente y producir escenas tan hermosas y vividas, tan interesantes y veristas, como la del paso de la procesión, y la final, que deja en el espíritu una sutilísima emoción.

“Merecía esta serrana

la fundieran de nuevo

como funden las campanas”

Tal es la copla popular que dio origen a Malvaloca y a cuyo alrededor gira el desarrollo de la obra. El asunto se compendia en breve espacio:

Malvaloca, es una donosa hija de Andalucía, vivaracha y sentimental, graciosa y alegre, cabecita alocada y sin fondo. Es propietaria de una anterioridad de vida, a la cual necesario es trasuntarla opaca.

Había en el pueblo una vieja campana, venerable por su ancianidad y por las solemnidades en que tocó a rebato. Pero, “la golondrina”, (que tal se llamaba la campana), cierto buen día, quebróse… El mal no era irremediable: “la golondrina”, fundida de nuevo, volvería a ser la misma, volvería a llenar los aires con sus sones argentinos y a congregar los fieles en el templo. Malvaloca, que con interés había asistido a la restauración de la campana querida, y que jamás soñó que el amor fuese otra cosa que una superficialidad pasajera, vióse de pronto amada locamente por el propio fundidor, Leonardo, personaje impresionante y romántico, al cual ella correspondiendo, entrega su corazón.

Pero Leonardo, observa que a sus espaldas está golpeando el pasado inconsciente, borrascoso y ligero de Malvaloca, y que es imposible borrarlo, porque está allí vivo y palpitante. Y surge entonces, la ocasión de la copla:

“Merecía esta serrana

que la fundieran de nuevo

como funden las campanas”

Pero Malvaloca no es de bronce, inútil sería pretender fundirla y presentarla nueva como la jubilosa “Golondrina”. El vacío se hace en derredor de los amantes; la sociedad, no puede mirar con buenos ojos aquel enlace. Retíranse todos, hasta la propia familia y el socio de Leonardo, personaje este último que otrora tuvo sus intimidades con Malvaloca. Se entabló entonces la lucha en el fundidor, la lucha entre dos afectos, y puesto en el caso de decidirse, sobrepone su amor y quédase con Malvaloca, desafiando el desprecio de la sociedad y su familia.

Tal la obra. Los personajes y caracteres terminantemente diseñados.

La protagonista, Malvaloca, es una creación lapidaria y tal vez, como alguien lo ha dicho, los Quintero han culminado con ella, el arquetipo femenino de todo su teatro.

La compañía Borrás, dióle una buena y atinada interpretación. La señorita Adamuz, que acogió su papel, según lo demostró, con cariño, estuvo feliz, mereciendo generales aplausos. Borrás un ajustado y perfecto Leonardo.

Mayo, 20 de 1912.