El drama de Florencio Sánchez, Barranca Abajo, ha sido muy comentado, y la crítica rioplatense ha iniciado alrededor del argumento numerosas controversias en pro y en contra de su valor literario y moral.
Para bien comprender el alcance del drama, es necesario conocer cuál era la vida del gaucho de la pampa y de su hermano en desgracia, el paisano de tierras adentro, el cual está atravesando en la época actual el vía crucis que señala el autor de la obra de que nos ocupamos.
Cuando se valorizaron los campos en la provincia de Buenos Aires, esto es, en los años que siguieron a la conquista del desierto, o sea durante la primera presidencia del general Roca, era necesario, indispensable, firmar el catastro de la propiedad y regularizar los títulos, lo mismo que sucede ahora en las provincias del norte y del oeste de la república.
Antiguamente, la palabra bastaba en los contratos y hasta para las herencias era acatada siempre y respetada, pero cuando se trató de la división de la propiedad, había naturalmente que basaría sobre la ley y la raza valiente que habla arrojado al salvaje de las estancias, regando con su sangre el terreno que se iba a entregar al capital y a la labor fecunda, fue despojado de su patrimonio, que supo defender con las armas en la mano, pero que no supo conservar para sí, con la razón de la justicia.
Les episodios como el que Sánchez ha puesto en escena, han sido, y son todavía, frecuentes y han tenido por consecuencia la desaparición de esa raza valiente y noble, comparable solamente con la raza árabe, que se llamaba el gaucho argentino.
Para comprender la obra de Sánchez es necesario haber vivido la vida del gran campo, haber contemplado la soledad de aquellas extensiones sin límites que se llaman la pampa, haber experimentado aquellas tristezas que el campesino ha vertido en sus cantos tristes y sentidos, que en Corrientes se llaman vidalitas y décimas en el sur.
Algunos opinan que la acción teatral del drama es lenta y falta de movimiento, por esto digo que es necesario comprender el carácter del protagonista, toda la fatalidad que encierra, toda la resignación que ofrece.
Es toda la verdad lo que ha escrito Florencio, es el derrumbe total de una vieja civilización que cede su lugar a otra más conforme con las ideas modernas, pero que lo es muy inferior, considerando la tradición y el nacionalismo.
Era fatal que así fuera, el progreso se impone al mundo, la tierra pertenece al trabajo, indudablemente, más que al individuo, y la propiedad, subdividiéndose, forma la base real de la fortuna pública.
El gaucho va desapareciendo, pero su recuerdo quedó, su alma noble y generosa, leal y valiente, vaga todavía en aquellas soledades que fueron su herencia, su patrimonio, y cuando alcanza a rozar, llevada por el viento, una guitarra colgada del alero del rancho, hace vibrar sus cuerdas con una endecha de amor o de pena. Es un recuerdo que el tiempo va borrando poco a poco.
Dicen algunos críticos jóvenes, que la acción es vulgar. Claro está que la pampa no era un salón, era la pampa, con todas sus genialidades, sus formas especiales y justamente el mérito de la obra consiste en desarrollarse en este ambiente propio.
Barranca Abajo encierra un gran fondo de moral y de justicia, que los pueblos aprovechan poco, porque no quieren ver esa moral y esta justicia que contrarían sus intereses, pero el que sufre, el público que desde el gallinero del teatro asiste a esas representaciones, comprende el argumento y lo aplaude sin reserva. En el teatro el aplauso del vulgo es el mejor galardón a que puede aspirar el autor, porque prueba que ha sabido interesar el alma popular, la masa.
De la interpretación no hay que hablar casi; ha sido muy buena, como siempre; el señor Mary encarnó muy bien al gaucho altivo y humilde a la vez, cuyo carácter, domado por la fuerza de las cosas, es rebelde a veces, con estallidos Insostenibles; Podestá, el veterano de este género, no haría mejor este papel.
La Tesada es la niña amorosa, la China que hemos conocido en el campo, en el campamento, siempre abnegada y la compañera de aquellos hombres cuya poesía era el reflejo de sus ojos.
La característica, muy bien; ello da la nota cómica en pasajes a veces demasiado tristes, y con sus dichos oportunos hace que la risa alivie el alma del espectador.
Lucchi nos hace un correcto Aniceto, su presencia es muy simpática, y juego tiene la soltura necesaria. Los demás cooperan al buen éxito de la representación.
La fama de la compañía Arellano Suppari se afirma cada día más, y gracias a sus esfuerzos, el teatro nacional se hará conocer, apreciar, desalojando poco a poco, aunque con trabajo, al género chico, cuyas payasadas insulsas estamos acostumbrados a aplaudir noche a noche sobre nuestros escenarios.