“Teatro Español”. La Libertad. Febrero 28 de 1908: 1   

Un éxito completo alcanzó anoche la fun­ción que se dio en este teatro por los actores de la compañía que dirigía el señor Al­mada.

El juguete cómico Los Pantalones, el sainete Los martes de las de Gómez, dos obras de gran efecto fueron re­presentadas con todo acierto y nada han dejado que desear.

El profesor señor Clará que cantó una canción española original del maestro Alvarez y la jota de La Dolores, hizo gala de su her­mosa voz, captándose desde un principio las simpatías del público que le obligo a repetir las dos piezas con sus aplausos entusiastas y continuos. El señor Daniel de Romera, en el monólogo Un cuento inmoral, demostró ser un actor de primera fila, recogiendo en su actuación repetidos aplausos.

La función terminó con el estreno del juguete cómico Uno de tantos, original del señor Arturo Orgaz, inteligente joven de la nueva generación de Córdoba, bien conocido por su afición al cultivo de las letras.

Del punto de vista del arte teatral, la obrita de Orgaz ha llenado su objeto.

Hay unidad en la acción y en el asunto; la trama se desarrolla con lógica despertando interés desde un principio y su desenla­ce no hay violencias, ni recursos extempo­ráneos, llegando a él como una consecuencia necesaria del asunto, que el joven autor de­sarrolla con habilidad y arte.

El diálogo es rápido liviano y en ciertos casos bastante cáustico. Las escenas, que son variadas y despiertan mucho interés, son también suficientemente cortas para no cansar al auditorio, pero es necesario que algunas -las más largas-sean dichas con más viveza a fin de evitar el cansancio del auditorio, siempre exigente e impaciente por llegar divertido al desenlace de la trama.

Los personajes están muy bien caracterizados y han sido trazados de una sola pincelada; especialmente el del protagonista, de Julia, la suegra, el carbonero y el amigo de Enrique.

En el fondo de la obra al desarrollarse el asunto principal se abordan varias las críticas a nuestras costumbres sociales y a nuestra educación e instrucción, muy oportunas  y hechas con mano verdaderamente maestra, sin decirlo pero haciéndolo resal­tar con toda nitidez por sus efectos desastrosos en el hogar, donde la mujer es un huésped de etiqueta y el hombre un guarango incapaz de vivir sin empleo e incapaz de dirigir sin las violencias del autocratismo del sexo.

En primer término resaltan los malos efectos de la educación que hoy recibe la mujer, a la cual se empieza por enseñarle lo que debiera aprender en último término, la música, los idiomas, el dibujo y todas aquellas materias que deben constituir el adorno social y que están muy bien cuando se las posee con perfección para no hacer papeles ridículos y como un comple­mento de ese aprendizaje indispensable para ser un miembro útil a la sociedad como mujer de su hogar antes que de salón, bien destacados en la obra: la mujer es así una persona que en su casa sólo sirve para ador­ne y como carga y nunca como compañera que comparte la tarea y el sufrimiento con su esposo. Por el contrario cuando éste se ve en un trance apurado, contribuye a precipitarlo obligándolo al sacrificio para satis­facer sus caprichos sociales, concluyendo por arrastrarlo a la locura o al suicidio cuando no a una cárcel.

A la par de esta crítica, el autor ha dise­ñado bien la educación del hombre del día, acostumbrado desde la cuna al ocio, al lujo, a los placeres inmoderados, al libertinaje y a vivir del puesto público, del sueldo fácil a costa de toda baja de suerte que cuan­do éste le falta carece de preparación y de las energías suficientes para sobreponerse a las contrariedades y vencer en la lucha por la vida sintiéndose tan débil que antes de salida honrosa por el trabajo ni tan débil que antes de buscar una salida honrosa por el trabajo   libre no trepida en hacerse el loco, es decir, en mostrar públicamente la pérdida total de su carácter y de su dignidad de hombre.

La escena primera, en que presenta a la mujer fatua haciendo la crítica al pedantismo insoportable de los periodistas que llenan sus escritos de palabras y frases extranjeras, que ni ellos mismos entienden, muy bien, de mucho efecto.

La obra de Orgaz resulta, pues, por el fondo y por la forma bastante buena, pero nos permitimos observar al joven autor, que en todo se necesita la moderación, pues nos parece, salvo la mejor opinión de él y de los críticos de profesión, que ha abusado un po­co de la frase chocante del compadrito vul­gar convertido en oficinista.

La representación fue acertada y se aplau­dió repetidas veces.

Al caer el telón el público llamó al autor a la escena tributándole un justo aplauso, que también se lo enviamos desde estas co­lumnas.

Para esta noche se es­trenará la comedia en un acto Rosario del señor Perfecto Guerrero.