Ya no sabemos si el público está tierno, sensiblero al melodrama, pues para uno y otro este año se prodigó generosamente, poniendo beligerancia entre la carcajada y las lágrimas. La bandería en los espectáculos, no era cosa que llamara la atención. Creíamos que quién es capaz de ser alegre, en estas horas que nada convida a serlo, pudiese reírse de los que lloran, pero no estaba en nuestra cuenta que las lágrimas se trocaran en un espectáculo reidero al margen del factor que las provoca, es decir, en la animación del drama escénico.
Así hemos escuchado a un ciudadano en la boletería de un teatro preguntar:
– ¿Aquí se ríe? Vea no me engañe porque yo no estoy para tristezas.
El empleado del teatro, serio y circunspecto respondió:
– Los actores pretenden eso señor, pero se exige que el público sepa reírse, aunque lo que se diga y haga en el escenario sea un hurto a la gracia. No importa que usted ría de su vecino de platea porque ríe sonoramente y usted no halle la razón; ríase de la equivocación del acomodador que pasea al cliente por toda la platea antes de ubicarlo en su asiento; ríase del negro de los platillos que hace acrobacia con sus palos, también lo puede hacer del pianista que da más ritmo y color a la música con el cimbrear de su cuerpo que con sus dedos en el teclado. La gracia hay que buscarla siempre en los contrastes más serios y, si quiere, trágicos. Para reír hay que saber lo que es la risa y, si no lo sabe, el que busca reírse termina obligadamente por hacerlo de sí mismo.
– Hombre, sabe que es muy gracioso lo que me dice?
– Señor, no tenga ningún reparo en entrar. Usted se va a reír grandemente. Es de los que tiene predisposición para ello.