“Hay que saber reír”, Los Principios, 28 de Setiembre de 1936: 13

Ya no sabemos si el público está tierno, sensiblero al melodrama, pues para uno y otro este año se prodigó generosamente, poniendo beligerancia entre la carcajada y las lágrimas. La bandería en los es­pectáculos, no era cosa que llamara la atención. Creíamos que quién es capaz de ser alegre, en estas horas que na­da convida a serlo, pudiese reírse de los que lloran, pero no estaba en nuestra cuenta que las lágrimas se troca­ran en un espec­táculo reidero al margen del factor que las provoca, es decir, en la anima­ción del drama es­cénico.

Así hemos escuchado a un ciuda­dano en la bolete­ría de un teatro preguntar:

– ¿Aquí se ríe? Vea no me engañe porque yo no estoy para tristezas.

El empleado del teatro, serio y circunspecto respondió:

– Los actores pretenden eso señor, pero se exige que el público sepa reírse, aunque lo que se diga y haga en el escenario sea un hurto a la gracia. No importa que us­ted ría de su vecino de platea porque ríe sonoramente y usted no halle la razón; ría­se de la equivoca­ción del acomoda­dor que pasea al cliente por toda la platea antes de ubicarlo en su asiento; ríase del negro de los platillos que hace acrobacia con sus palos, también lo puede hacer del pianista que da más ritmo y color a la música con el cimbrear de su cuerpo que con sus dedos en el teclado. La gracia hay que bus­carla siempre en los contrastes más serios y, si quiere, trágicos. Para reír hay que saber lo que es la risa y, si no lo sabe, el que busca reírse termina obligadamente por hacerlo de sí mismo.

– Hombre, sabe que es muy gracioso lo que me di­ce?

– Señor, no ten­ga ningún reparo en entrar. Usted se va a reír grande­mente. Es de los que tiene predispo­sición para ello.