El astro de la cinematografía, provoca el fenómeno de atraer al teatro a un núcleo que le ha sido indiferente. Con La muchachada de a bordo abre fuego.
Las mejores figuras de su elenco, Chela Cordero y el actor Segundo Pomar, le acompañan con eficacia. La temporada que se inicia mañana en el Teatro La Comedia, con relación a las cumplidas en el transcurso del año, cobra un aspecto fundamentalmente distinto. Ella finca en forma absoluta, terminante, en una sola figura: Luis Sandrini. La evolución del teatro y aún la orientación del público, dieron por tierra en los últimos años con el “divismo”, es decir, la creencia de que un intérprete lo era todo. Y en efecto, Buenos Aires marcó su derrota al pronunciarse nada más que por las obras. Actores populares y de gran prestigio, no encontraron más el favor del público por su propia gravitación, sino por el hallazgo de la pieza capaz de regocijarlo.
Y bien, el cine, que mirado de reojo por el teatro, ha terminado por atraer a sus intérpretes, produce una resurrección de algo que se creía desaparecido: la sugestión del actor. Debemos así explicar lo que representa Luis Sandrini en estos momentos. Al mismo actor puede escapársele que sus películas le han dado una notoriedad nacional, que no hubiera logrado en las tablas, no porque no reúna méritos para ello, sino porque el teatro por su carácter no extiende y, acaso, no permite grandes públicos como la pantalla.
La corriente de público le es ampliamente favorable. Sus actuaciones en provincias, dicen de éxitos grandes. Córdoba, será, pues una prolongación de aquellos otros.