Muchos críticos, autores y gente de teatro, encontraban hace más de veinte años, confortable hogar y franca amistad en los camarines de doña Josefina Mari y don Esteban Serrador. Punto de amenas reuniones en que el arte y las inquietudes para animarlo, se debatían con pasión y se descansaba de su pasado trajín en una partida de póker. No había en ese entonces la medianía de una producción chata y anodina como la actual y los cómicos no rumbeaban aún detrás de los cobres como única finalidad de sus amores escénicos.
La vida áspera siempre, no manchaba la dignificación del histrionismo, noble oficio ejercido sin regateos, sin mezquindad, porque el teatro era todo, hasta misma vida. Los esposos Serrador fueron un rubro de esta naturaleza.
La escena porteña, la metrópoli que iba agigantándose, contemplaba el final de una época gloriosa de artistas: Tina di Lorenzo, Lyda Borrellt, Clara della Guardia, Mimí Aguglia, María Mariani y otras más de esplendor mundial. Los Serrador, radicados en nuestra tierra, reverdecían aquel repertorio y las huellas de su paso por los escenarios tenía aquella misma estirpe.
Los Serrador tenían ya sus retoños. El porvenir, siempre incierto, estaba lleno de esperanzas para aquellos hijos que crecían. El ambiente, la herencia, moldeaban, minuto por minuto, aquellas tiernas existencias y el mundo se fue achicando con los viajes, con largas giras continentales que duraron años. Nadie se olvidaba de aquel matrimonio de maestros, acaso artífices del arte naciente en el alma de sus vástagos. Una larga ausencia, y tras ella una reaparición deslumbrante: Nora Serrador. ¿Necesita su biografía el público nuestro? No. Ella está en la sola enunciación de sus triunfos en la sala del Novedades en una temporada recordatoria para el teatro de Córdoba. Juventud belleza, temperamento, entusiasmo sin diques, sus creaciones escénicas llevaban unidas la emoción, el cariño. Asombró la actriz; deslumbró la mujer. Triunfo doble que recogía en todos los escenarios de América.
Mirando atrás
Esto le recordábamos ayer a Nora Serrador en el Teatro La Comedia.
– Sí, fue una época de halagos. Pero el tiempo cambia muchas cosas y su fisonomía se me antoja tan distinta…
– ¿Amargura?
– No, sería profanación, ingratitud, para con el teatro. Fui tierra fértil para la semilla arrojada por mis padres. La planta es fecunda y renueva sus frutos.
– Quiere decir que el mismo amor mantiene sus ilusiones.
– Unas se cristalizaron ya en la realidad. La primera etapa de mi vida se cumplió de acuerdo a las esperanzas de todos. Ahora han nacido otras en mi ser que tal vez sigan siendo sueños toda la vida.
– ¿Esto es como empezar de nuevo?
– Esto me parece a mí también. Como una pesadilla he pasado una crisis pero ha dejado un nuevo sentimiento a mi espíritu y puedo decir que no hay mal que por bien no venga.
Otras creaciones
– ¿Y cuál es este sentimiento?
– El teatro enfocado desde otro ángulo o por mejor volver a pensar en algo viejo: Los grandes elencos, los grandes espectáculos. Hallar lo perfecto del teatro, volver por su dignidad, por su idealización.
– ¿No le perece que requiere mucho dinero este experimento o resurrección?
– Por eso digo, es mi sueño.
– Salirse de la realidad, es peligroso…
– Al contrario, lo peligroso es la realidad, que estanca, que enerva, que mercantiliza. En soñar están las creaciones verdaderas y en esas ilusiones encuentro un nuevo motivo de agrado en el teatro, otra fuerza más pujante, nerviosa, que en los primeros años da mi carrera.
– ¿Acaso no le gustan más las obras que cimentaron sus prestigios?
– Si, pero busco otros horizontes. En la humanidad y no frivolidad de las heroínas del teatro en todo aquello que trasunte sello de la época, que no por triste y desorientada en sus afanes y deseos, tengamos que verla siempre a través del chiste gracioso, en vez de su verdadera realidad…
– ¿La incursión al drama, a la tragedia?
– Así es. Entrar en los personajes llenos de vida y de vigor, que exija a la actriz el derroche y el esfuerzo de todas las facultades.
– ¿Existe el temperamento para lograrlo?
– Esta duda también era la mía. No en cuanto a mis fuerzas, si, en cómo lo recibiría el público…
Un homenaje
– ¿Y éste…?
– Ha fijado ese norte. Mi última actuación en Montevideo, es como la segunda etapa de mi carrera. Dios sólo dirá de su proyección. Interpreté allí algunas obras de mi predilección, las que siento de verdad, en las que más que oficié, puse amor, fervor. Estas creaciones, así las reputó crítica y público, no hubieren tenido para mí fiel expresión, si no hubiesen culminado en un homenaje, y permítame le inmodestia, fue uno de los sucesos teatrales de la capital uruguaya y la mayor satisfacción de mi vida. Puedo decir que mi consagración es reciente, de ahora, nueva, como si hubiese nacido en aquellos instantes para el teatro. Lo más calificado de Montevideo, su aristocracia, sus escritores, sus poetas, sus críticos, sus públicos, se reunieron para descubrirme a través de sus ovaciones y admiración este nuevo sentimiento artístico de mi vida.
Más vocación
Nora Serrador, en estos instantes se halla poseída de un singular entusiasmo. Parece hallarse nuevamente en aquella velada culminante y pone en nuestras manos con ingenuo gesto, un álbum. En cada una de sus páginas hay un canto a su arte y a su personalidad. Juana de América, o Juana de Ibarbourou lo inicia con poéticas imágenes; Carlos Reiles, el autor El embrujo de Sevilla, refleja con el vigor de su admirable prosa, la admiración por el arte de Nora Serrador… Y siguen pensamientos y cientos de firmas ilustres en las letras y en las artes, coronando a Nora Serrador en este nuevo alumbramiento de su fe en el teatro.
El Duende audaz