El estreno de una obra teatral de autor provinciano constituye siempre para nosotros, una nota agradable y simpática, y nos incita al comentario amable y al aplauso benévolo, como justo estímulo a la producción de la provincia, tanto más, cuando es tan difícil llegar a los escenarios de la Capital Federal, no porque no se escriban obras de méritos, sino por razones de egoísmo local, y sobre todo por el espíritu comercial que domina a los empresarios, con prescindencia completa del arte.
Hay ejemplos palpitantes y actuales de esta amarga y decepcionante verdad, cuya comprobación está a la vista ante las trescientas representaciones a teatro lleno de ese adefesio impropiamente denominado Amor, al lado de interesantes comedias que hemos visto últimamente representar allí ante salas casi vacías.
Pero volvamos al objeto de esta nota, sugerida por el drama Maibel de Rafael Padilla, autor tucumano, que acabamos de ver representado en el Teatro de La Comedia de esta ciudad después de ser estrenada en el Alberdi de la capital de su provincia.
Cabe en verdad en éste caso, no ya el aplauso benévolo a que hacíamos referencia, sino a un juicio sincero y francamente favorable para el drama del señor Padilla, porque se trata de una obra de positivos valores en la literatura teatral. Ignoramos si este autor, ya que no lo conocemos ni de vista, llega por primera vez a la escena, aunque nos inclinaríamos a creer que así no sea, porque revela en Maibel, conocimientos de técnica y de recursos escénicos, que no son fáciles de captar al que escribe por primera vez.
La idea central, que ha inspirado al autor es, desde luego, de seguro efecto para el público. No es propiamente un canto a la paz, como se anunciaba, sino un alegato contra la guerra y un alegato más, ya que es un asunto tantas veces tratado en el teatro, como el último que hemos visto en El hombre que yo maté. Pero justo es reconocer que el señor Padilla ha sabido presentarlo en una forma atrayente e interesante, y engarzándolo en otro asunto sentimental y de honda psicología.
Al darnos cuenta en las primeras escenas de que la acción se desarrollaba en Francia, y sus personajes eran franceses, belgas e ingleses, nos sobrevino esta duda, ¿Por qué el autor, no habría tomado para su asunto en vez de la guerra europea, la reciente tragedia americana, localizando así su acción, en un clima teatral más adecuado, y sobre todo más nuestro?
De todas modos y prescindiendo de ésta observación, Maibel es una obra sana, honestamente construida, y con moldes y procedimientos ajustados a los cánones del teatro.
A esto podemos añadir, su factura literaria bien cuidada, y el diálogo sobrio que lleva al auditorio sin esfuerzo a la emoción, ya que la acción se desarrolla en un ambiente de medido sentimentalismo, hábilmente matizado sin embargo con escenas de notas risueñas de tintes suaves y bien sostenidos.
Sus personajes aparecen delineados con propiedad, sobretodo el de Maibel, de rasgos originales, porque no siendo comunes en la psicología humana, son sin embargo posibles y reales, como lo son en efecto, el renunciamiento de lo que se puede alcanzar y poseer, del sacrificio que lleva consigo, todo en obsequio y beneficio de otro ser querido.
Maibel es un personaje de vida interior, Y por ello de no fácil interpretación; pero está trazado con gran acierto, sobresaliendo en la escena de las violetas del acto primero, y en el diálogo con su prima Luisa en el segundo, en el que las dos mujeres, amando al mismo hombre, en vez de verse separadas por los celos, que serían tan humanos, unen y funden sus almas en la desgracia y en el dolor común. Es una página llena de color y de belleza.
El desenlace del drama es amargo, y no podía dejar de serlo, dada la finalidad del mismo, y el proceso que desarrolla. Todos sufren en el momento final: los padres ente el retorno del hijo salvo, pero ciego; el hijo que no verá más a su adorada Maibel, y la desventurada Luisa con la cruel y definitiva certidumbre del desencanto.
Podrían formularse algunos reparos, como la prolongación excesiva de alguna escena del acto primero, el relleno inútil de la escena de los representantes de las “fuerzas vivas” del pueblo en el tercero; y sobre todo, las estrafalarias ideas y vocablos atribuidos a un argentino, que si pudieran explicarse como crítica, ésta resultaría inadecuada en el presente caso.
Pero reparos aparte, creemos que estos no disminuyen los méritos que dejamos señalados y otros, en el drama de Padilla, los que no podemos consignar sino con agrado, quienes cultivamos el género teatral.
Y por esta misma, razón esperábamos que Maibel, en esta ciudad, en la Córdoba intelectual, despertará atención y curiosidad su estreno y ver por lo tanto llena la sala del Teatro de La Comedia, desde que el hecho podría importar un legítimo orgullo para la literatura provinciana, ya que no debemos conformarnos con que en materia de teatro, como en todo lo demás vivamos supeditados a la producción de la Capital Federal, cuando no del extranjero.
Pero no ha sido así: la sala del Teatro de La Comedia solo tenía ocupadas siete escasas filas de platea! Este hecho podría ser un síntoma más, una nueva comprobación de que el público de Córdoba, sobre todo el más calificado, se ha desviado del teatro, y lo tiene casi olvidado, buscando esparcimientos en otras diversiones, no por cierto de más elevada categoría intelectual.
¿Es que hemos de dar la razón a Lenormand, cuando nos dice en su hermosa obra, que el teatro ha entrado en su crepúsculo…? En Córdoba por lo menos, parece que fuera así!