“El desprecio al “bosque” se generaliza”. Los Principios, 2 de Julio de 1935: 11

Buenos Aires cuenta con un puñado de críticos teatrales, cuyos artículos igual que los frascos de específicos para la calvicie van siempre acompañados de la efigie del inventor, como si ello fuera capaz de inspirar confianza al ingenuo comprador.

Procurando siempre ampararse en el recuerdo personal para abonar su autoridad petulante, la ligereza de las expresiones corre pareja con su insinceridad.

Y sea dicho de paso que si hay crítica irresponsable, las excepciones no cuenten por lo escasas, es precisamente la que tiene a su control el teatro nacional. No basta su factura literaria, no alcanza toda la sabiduría barata de sus conocimientos para ocultar preferen­cias y móviles interesados. Crítica enferma, tarada, viciada y contaminada en todos los bastardos intereses que han culminado en el desprecio por el teatro, agudamente mercantilizado por todos los que medran en él. Crítica y teatro, tal para cual.

Y vamos al móvil de esta indignación. Un espécimen sui generis, de la metrópoli, ha clamado hace pocos días contra el enorme descaro de algunos conjuntos, peregrinos impenitentes por los poblados del “bosque”, al pretender incursionar en los teatros, de la culta, teatral y civilizadora capital de la república.

El tono de este clamor tiene un friso apocalíptico, jupiteriano. Se pregunta si conjuntos de miserable ejecutoria artística, pueden tener representación en la calle Corrientes, y el derecho a salirse de su órbita natural y obligada del “bosque”.

Escudándose en una discutible y vacilante autoridad, abrogándose ahora la defensa de los intereses interpretativos nacionales, como si ellos fueran exclusivamente para uso y consumo de los porteños que ambulan por las calles céntricas do la ciudad. A los del interior, que un rayo los parta. El mismo criterio rastacuerista que se trata de combatir, se sublimiza con esos propósitos exclusivistas y egoístas, sin parar mientes si el injurioso concepto envuelve, a numerosos públicos, que muestras han dado siempre de ser más comprensivos o ilustrados al no entrar en el círculo propagandista del engendro teatral incubado por la “crítica sesuda” y por el “espectador talentoso” que, unos y otros, forman legión en la Capital.

El equívoco o la sinceridad de ese desprecio al “bosque”, desgraciadamente, ha sido gestado por quienes, como nosotros, no hemos tratado de hacer que los rayos del sol entraran en su espesura. Si implacablemente, sin consideraciones sentimentales, sin importarnos un ápice las penurias, el hambre cercador a toda aventura audaz e irresponsable, hubiéramos detenido a cuanto conjunto se improvisa en Buenos Aires, le hubiéramos dicho que nuestros teatros no pueden ser albergue acogedor para histriones de mal sabido oficio y de peores intenciones, a buen seguro, que la reflexión hubiese despertado el temor y el respeto hacia quienes no se busca otro objetivo que el asaltarles los bolsillos.

Porque en verdad, los públicos del interior, somos víctimas del asalto de ese enemigo público número uno, que son las compañías de anónima ejecutoria.

Sin embargo, nos detuvo siempre a todos los del interior, esa ternura sentimental y débil, aceptando generosamente cualquier clase de infundios guiados por una humanidad equivocada, al parecer, puesto que la consideran como una expresión de inferioridad y falta de ilustración, gratuita injuria que se vuelve contra los de la Capital y quienes la abonan, a poco que un análisis imparcial entrara a saco en todos los con­juntos que actúan en la metrópoli cuya mediocridad e insuficiencia nadie se atrevería a discutir.

¿Porqué, entonces, seguir sosteniendo y aristocratizando el desprecio al “bosque” so pretexto de que entre ciudad y ciudad hay claros y llanuras con altos trigales y tropas de ganado. ¿Qué diferencia hay en el paralelo civilizador entre la Capital y las provincias, para impedirles la facultad de selección, ya que en esto se empeña el aristarco de clisé permanente? Mejor no hacer distingos para no caer en vulgaridades. Nos debe bastar la convicción de los valores espirituales existentes en cada provincia y desdeñar la Capital.