Los dos cuadros que reproducimos, y que dan pie a este comentario, señalan dos puntos de vista puestos en el tapete de una cuestión, que empezó a ventilarse por el escándalo primero y la polémica después. El tema es harto delicado, pues en él intervienen varios factores a cuál de ellos más susceptible de rozar sentimientos respetables.
El reciente estreno de Doña Quijote de Orense de Alberto Vacarezza, por la compañía de Olinda Bozán, promovió en la primera escena, es decir, no bien levantado el telón, una protesta airada y violenta de un grupo de espectadores. Las proyecciones de este pateo, fueron dadas más tarde por los protagonistas del mismo, quienes alegaron que su actitud representaba una protesta contra el mal sainete, orientado durante mucho tiempo a explotar gallegos e italianos para hacer reír al público.
Adelantemos, que este grupo de ciudadanos que han silbado a Vacarezza, pertenecen a la colectividad primeramente nombrada, quienes, no parecen haber cejado, pues todos los días se publican, en un órgano porteño, cartas de otros tantos ciudadanos solidarizándose con aquella manifestación de protesta.
Ahora bien, podríamos aquí sustentar nosotros un criterio salomónico, para no inclinarnos a ninguno de los dos bandos, pero consideramos que en estos asuntos la opinión debe ser valiente y clara.
En los que han protestado y los que seguirán protestando, no se nota una intención clara de depuración del teatro nacional. En el fondo, revelan la existencia de una sola razón: el regionalismo. Si eso no fuera así, estos ciudadanos, mejor inspirados, ya que de buen teatro es la exigencia, harían lo mismo con otras salas de espectáculos de la capital, por ejemplo esas salas de espectáculos revisteriles y pornográficos y en las que desgraciadamente las colectividades extranjeras se tocan en la forma más ridícula, grosera, soez y humillante.
Queremos establecer, antes de seguir adelante, que el autor Vacarezza no nos interesa, sino el asunto que lo ha provocado. El género chico ha representado en su expresión más auténtica el teatro nacional, durante muchos años, tiene el mismo origen y recurre a los mismos elementos escénicos de otras partes del mundo donde el teatro costumbrista tiene asiento.
¿Qué es el sainete sino un reflejo costumbrista de la época, cuyo colorido debe buscarse en la vida popular, en la colmena del trabajo, en las multitudes humildes o poderosas, en su trajín diario, en su descanso, en sus placeres y goces, en sus penas y alegrías, en el calor del hogar o en las inquietudes de la calle?
¿Acaso no representa nada como estudio de psicología los afanes de las colectividades, sus ambiciones y sus fracasos, cómo se logran las unas o como se alejan en los otros? Todo ese cúmulo de detalles que constituyen la vida del hombre en su relación con la sociedad, tiene que ofrecernos una riqueza de caracteres y de costumbres, en que lo grotesco, lo cómico y lo ridículo, se dan la mano con el drama y la tragedia.
El teatro costumbrista lo recoge, lo capta, el talento del autor da la formación artística, y no puede ser sin su clima, sin su ambiente, sin sus seres, que pueda construirse con acierto el molde que los humaniza en la escena.
Cada país recoge lo suyo, lo que tiene, sin pedirlo prestado, todos lo tienen en abundancia, unos más rico que otros, pero siempre es una fuente valiosa de observación y de ambiente. ¿Nosotros podríamos escapar a esta ley que rige el teatro de costumbres, cerrando los ojos a lo que vive a nuestro alrededor? ¿Podríamos negar la existencia de colectividades, que si no nos son extrañas, por su vinculación en la obra común, lo son en cambio por el contraste de sus costumbres y de su idioma que están o tardan en adaptarse al nuestro o se resisten al mismo, con un lógico sentimiento racial o de defensa de sus sentimientos nacionalistas?
Si nuestro género chico, el que siempre hemos considerado una manifestación de arte inferior, ha recogido ese mundo que con ser el mismo para todos, tiene sin embargo características tan distintas y diversas, es porque el nuestro propio no tiene el campo de observación tan amplio como el otro.
Si se buscase una orientación más pura, más perfecta, más volumen de arte, mas teatro, en una palabra, en el género chico nacional, sería plausible y encomiable, pero pretenderlo desterrando al modelo arquitectónico, sería en vano, pues no se podría crear sobre elementos inexistentes.
No siempre en la simpatía pueden forjarse los personajes, porque sus pasiones se mueven encontradas y dispares en el elemento humano. Mientras el drama, ahonda el carácter del individuo, el teatro costumbrista trata sólo de ver su exterior, su aspecto objetivo, y sin deformarlo logra su éxito de comicidad o de dramatismo, con sólo esbozarlo. Que se dé forma, que se desnaturaliza en los cultores actuales del sainete, sea por ausencia de concepción o impotentes para escarbar y hallar el oro en ese venero es indudable. Pero el mal sólo está ahí y no en el relleno de sus asuntos y de sus personales cosmopolitas.
Es que aquí, y el argumento de los interesados es de que hace veinte años es siempre lo mismo el sainete con sus eternos gallegos, napolitanos, catalanes y rusos, a los cuales se ridiculiza, se olvida de lo que en cada país de origen se hace con el teatro de costumbres y no tienen ninguna palabra de repulsa.
El género chico español, nos puede dar la razón. ¿Acaso en estos centenares de sainetes que a diario se estrenan en Buenos Aires y en otras tantas zarzuelas, no son zaheridos por los propios españoles, los andaluces, los gallegos, los aragoneses, los vascos y otras tantas regiones de España? ¿Salen acaso bien librados de la pintura que nos ofrecen los Quinteros, los Muñoz Seca o Arniches y tantos otros? La protesta tendría que empezar por casa y aun así nos parecería un absurdo, cada uno bebe en la fuente que tiene cercana. […]