El ingrato epílogo que tuvo la “función” de la Comedia y cuya propaganda fuera hecha con el señuelo de impensados desbordes de pornografía, entraña una lección asaz dura y ejemplar que ofrece aspectos diversos, alguno de los cuales estereotipa la idiosincrasia de ciertos “hombres” esclavos de bajos instintos y de pasiones enfermas, para los que los goces superiores no existen, como que los atenacea un sistema nervioso enervado por los vicios cuanto más refinados menos propios de varones.
Cuando hasta las bataclanas reaccionaron en presencia de indicados gestos propios de bacantes en la última etapa de degradación; cuando esas mujeres, sebo de la avaricia de empresarios sin conciencia y trampa siempre ficticia de incautos y reblandecidos, se rebelaron contra quien sabe qué insinuaciones de descoco agudo; cuando, en fin, las chicas señaladas con el dedo como fáciles han tenido un gesto de dignidad, los hombres, ciertos nombres, unos hombres pagaban incluso diez pesos por un soñado espectáculo que les saciara la libidinia que les consume.
Para las primeras el aplauso de los que no les perdonaríamos el menor exceso.
Para los segundos, sírvales de escarmiento la conducta de los que fueron al teatro con el moralizador propósito de no permitir desahogos indecentes, pues lo contrario sería para Córdoba una imborrable inverecundia.
Hombres así (aludimos a los de los diez pesos) ni en una nueva Pentópolis tendrían cabida.
Y bien; con el suceso del lunes se habrán convencido los dudosos de los puntos que calzan los directores “artísticos” de ciertas empresas. Creen ellos que la palabra obscena y soez, la palabrota procaz y torpe, puede sonar gratamente en los oídos de un público que, para ello, necesitaría hallarse embotado completamente.
Las libertades que se han tomado los “autores teatrales” que sólo se inspiran en el arrabal y en el “argot” de los delincuentes, son la causa remota de escenas como la que comentamos.
Se han confundido lamentablemente los extremos. Por esto es que ni hubo, ni hay, ni habrá por mucho tiempo teatro nacional.
La censura festiva, el chiste espontáneo y un dejo de pimienta en el diálogo están permitidos.
Se ha dicho que los vocablos de doble sentido son un patrimonio de los ignorantes. Se ha profanado un escenario y es justo el reproche.