“Las Vírgenes de Terés”. La Voz del Interior, 5 de Setiembre de 1920: 5

La compañía de revistas que ha formado, y que como empresario maneja, dirige, compone y toca, el maestro de las vírgenes, o séase el señor Terés, ha tropezado en su gira con un obstáculo respetable y ese obstáculo ha sido Córdoba.

Las vírgenes han hecho furor en Buenos Aires, furor en Rosario, pero al llegar a la culta ciudad de Córdoba se les ha terminado el furor y los éxitos languidecen, sin que Terés ni las vírgenes se expliquen este fenómeno de abandono a que se los condena.

Trataremos de aclararles sus dudas puesto que conocemos un poco más que ellos la idiosincrasia de ese público que sostiene en Córdoba los espectáculos.

Ciertos espectadores, los que van al teatro porque les satisface un autor o un comediante, no pueden distraerse con las vírgenes de Terés, pues, no han de encontrar ni la obra de su gusto, ni el actor o la actriz que satisfaga sus exigencias artísticas.

Los timoratos, los que sospechan siempre que puede haber pecado en concurrir a cierta clase de espectáculos, ni se atreven a llegar al vestíbulo, no tanto por el pecado si no porque no los vean.

El ambiente que los diarios de Buenos Aires habían hecho a esa compañía es motivo más que suficiente para que las familias no concurran, aunque en realidad no exista tanta inmoralidad como en muchos de los sainetes que nos hiciera conocer la Rioplatense.

En esta ciudad además hay establecida una especie de policía que nadie conoce, pero todos sienten sus efectos. Hay gentes que se dedican pura y exclusivamente a llevar un control de los hombres calaveras, y como para sentar plaza de calavera hace falta muy poco, hay un crecido porcentaje de tipos que se preocupan, que no concurren para que las familias no les pongan en el “index”.

¿Qué público es entonces el que queda para las vírgenes?

Los mozos diablos, los tenorios de avant-scene, los conquistadores de ojito y los que van por no quedarse en su casa y les molesta el biógrafo.

Pero contra todos estos existe un reducido número que les hace desertar del teatro y es el espectador por accidente.

Este espectador por accidente, cae como tromba, llega al teatro no a ver el espectáculo, si no a darlo. Es el tipo que se distrae al tomar vermouth, sigue distraído en la cena y cuando llega la hora del café está completamente: "soy su amigo", es decir, lo suficientemente borracho como para pagar la multa por contravención policial, y cuando se ve en ese estado dice tartamudeando: ¿dónde iré yo? y en seguida se responde: voy a ver las vírgenes de Terés.

Este espectador ocasional típico, entra en el palco a tropezones, se cae sobre la silla, porque esos borrachos rara vez caen mal y comienza a golpear las manos a destiempo, dirige la palabra a las artistas o mejor dicho dirige la grosería la procacidad, el insulto. Los demás comienzan a protestar. ¡Que lo echen! ¡Que se calle! ¡Que lo saquen! El espectáculo se interrumpe. Terés se pone pálido. Un portero le ruega al borracho compostura. Pequeña pausa y el espectáculo continúa, para volverse a interrumpir enseguida, hasta que la policía se decide a sacarlo del palco.

Los que han ido para hacer la digestión o para conquistar vírgenes, se molestan y no vuelven, y he ahí el porqué de esa languidez que se nota más acentuada cada día sin que se explicaran la razón.