Un joven autor teatral, cuyas felices disposiciones intelectuales son promesas halagüeñas de futuros éxitos, ha dado en estos días al público su obra anunciada que él precedió de un breve comentario por la prensa.
Como un escritor célebre, el autor había combinado la multitud de los nombres, los hechos y las cosas observadas a través de su ventana, para tejer la ilación de su comedia y reflejar todo ese mundo en sus varios personajes.
El color del cristal por donde vio los hombres traicionó, sin embargo, si fue sincero, su penetración o en su culpa estuvo la elección infortunada. Era de esperar que una joven y clara inteligencia reflejara en ese mundo las fecundas energías de la vida naciente, las serenas y risueñas perspectivas de las esperanzas futuras, el optimismo espontáneo de los jóvenes espíritus que trasunta los nobles idealismos y causa la alegría de vivir.
El mundo no fue observado así. Y decimos el mundo por no hablar de la sociedad que lo rodea. El poeta vio ese mundo envilecido y no lo contempló así para fustigar con el Desterrado de una de las obras de Benavente, la decrepitud social y los lunares individuales; sino para presentar en escena con esa apatía moral de las comedias del Renacimiento, una multitud de personajes depravados, alentados por innobles sentimientos. Hamlet encontraba algo podrido en Dinamarca. En el ambiente de esta comedia y en el temple moral de sus individuos, ajenos si se encuentra algo sano. En el orden político reina la arbitrariedad y la corrupción; el gobernador es un vil y degenerado engendro de todas las pasiones; la autoridad eclesiástica está encarnada en un obispo aseglarado y hasta relajado; la familia militar por un incondicional servidor de todos los abusos del poder; la sociedad por una dama concupiscente y ambiciosa que recobra el ministerio para su esposo, de donde ha sido derrocado por la revolución a costa de su honor y dignidad ante el mísero gobernado.
Y aquí no se detiene todavía el autor de Xenius. El loco, que es intencionalmente el único espíritu orientado de la obra, clama contra el desorden, y entre arenga y elucubraciones, llega a entreverse la aspiración del reposo en un estado social sin Dios ni ley; algo así, nos suponemos, como aquel primitivo estado de naturaleza que propició Rousseau y que en paz descansa ya hace largo tiempo.
No se imagine, pues, el autor que estos asuntos son los únicos que el mundo ofrece a su contemplación; esto es una mera ilusión y no la realidad. Ilusión que las páginas de un libro han fijado en su fantasía juvenil. Muchas imperfecciones deslucen la sociedad y muchos abusos desorientan su trayectoria; pero también bellas acciones y edificantes ejemplos la dignifican y sostienen; y si, por fuerza, con unos o con otros tienen una faz del arte universal, conviene elegir los que provengan de más pura fuente o que el autor no exponga las imperfecciones humanas para solaz nocivo de su auditorio.
No nos hemos propuesto, mayormente, como puede apercibirse, formular apreciaciones de índole literaria que bien merece la obra bajo esa faz. Apreciamos en lo que valen las aptitudes sobresalientes del autor de la comedia: poderosa fantasía, claro ingenio y fácil concepción que se aquilaten más justamente ante sus pocos años. Ello explica por otra parte, muy fundadamente, la carencia de una personalidad afianzada, la reminiscencia, las influencias diversas que se traslucen, a menudo ocasionando impropiedades escénicas, tiradas románticas y juegos culteranos de vocablos, como la escena del balcón, que se trueca casi sin solución de continuidad en cuadros de factura realista y de opuesta escuela. Vacíos e imperfecciones estos que el tiempo corregirá sin duda y que confirman lo que antes hemos expresado, a saber, que aquellos personajes no son los que el autor ha observado de la mera realidad, en su forzosamente breve observación sino los elegidos en sus aventuras de orden puramente literarios; ilusión, por otra parte, muy frecuente en los jóvenes que recién surgen a la vida de las ideas y las letras.
El cumplimiento de nuestra misión periodística nos ha obligado a formular, al argumento de la obra que nos ocupa, nuestra severa crítica, que ha de tener eco favorable en el sentir desapasionado del criterio local, en su plena mayoría.
Tal disentimiento con las ideas del autor, aunque fundamental, no nos impide exteriorizar nuestro voto porque en el porvenir no lejano, más madura su reflexión, más acrecentada por los años su experiencia, más desarrolladas sus aptitudes y más reconcentrado su espíritu, de a su inspiración asuntos más dignos del medio social que lo rodea y de sus nobles y ejemplares tradiciones de familia.