Juanito Giménez era lo que se llama un buen muchacho. Laborioso, honesto en sus costumbres, veraz y moderado en sus dichos, modesto en sus aspiraciones. Trabajaba de dependiente en una tienda, con ello sustentaba a la madre y la hermana, pues a fuerza de único varón de la casa, quedó improvisado jefe de familia el día de la muerte de su padre.
Llevaban un tranquilo y sencillo vivir. El sueldo mensual abastecía holgadamente los gastos del hogar, permitiendo así que el pequeño ingreso producido por las labores manuales de la hermana, que en lo de tejer y deshilar era un ángel, fuera depositado íntegramente en la caja de ahorros. El capitalito, al vencer los tres años, con la adición de sendos intereses, pasaba ya de los mil quinientos pesos.
Juanito, por su amable trato, se atrajo la simpatía de las gentes. Sobre todo, las señoras y señoritas que al caer de la tarde frecuentaban la tienda en demanda de precios y de muestras, justificando con ello su sólida “vesperal”, solían demostrarle preferencias incuestionables y lisonjeras. Muy lógicas eran, por otra parte, pues Juanito se mostraba extremadamente gentil con la clientela, a la cual ofrecía asiento, conversándola de los temas del día fiel al encomiable afán de que se retirara satisfecha de su trato.
Así seguía su existencia Juanito, tranquilo y contento, juicioso, sencillo, sin otras aspiraciones que encontrar alguna vez la novia que no llegaba nunca, sin otras "calaveradas" que la concurrencia a los bailes periódicos de la sociedad Juventud Recreativa, a la que se afilió provisoriamente para el caso insospechado pero nunca imposible de que le fueran menester servicios médicos.
II
Le conocía y aun estimaba a Juanito, a quien tuve de compañero en los grados inferiores de la escuela primaria, cuyos cursos suspendió al finalizar el tercero. De cuando en cuando nos encontrábamos y departíamos breves momentos sobre su vida y la mía, con toda cordialidad.
Cierta vez pasaba yo frente a la tienda y me hizo llamar con el cadete. Acudí al instante y con la sorpresa explicable me enteré de que Juanito se proponía tomar parte en una representación dramática organizada por la Juventud Recreativa.
– Daremos La Piedra de Escándalo, una obra preciosa –me decía.
– La conozco.
– Yo haré de Manuel.
– Es la figura más interesante.
– Bueno lo que quiero es que te lleves este programa y hagas un anuncio en el diario.
– Con mucho gusto…
Y luego de tomar el programa y de formularle votos de suerte, me despedí de Juanito, complaciéndole al otro día con la publicación del anuncio.
Llegó la noche de la representación, a la acudí por falta de más atrayente programa.
El largo salón de la Juventud Recreativa, con sus escaños como en la iglesia, dispuestos a uno y otro costado, no tenía asiento disponible. El éxito de público era inmenso. La velada comenzó con Les Patineurs de Waldteafel, ejecutado a guisa de ouverture por la orquesta de seis Profesores.
Muy luego se corrió el telón, iniciándose la tan anhelada representación de La Piedra de Escándalo, que es como la “Flor de un día” del teatro nacional.
Cierta parte del público, la menos numerosa, desde luego, a duras penas podía contener la risa. El grueso de la concurrencia seguía con entrecortada emoción el desarrollo impresionante del drama.
Juanito, sobre todo, estuvo magnífico. Se sabía de memoria su papel y lo recitó sin hesitación alguna, remarcando enfáticamente las tiradas de versos y adoptando poses definitivas. Cuando llegó en el segundo acto aquella parte en que saltando al desleal lo anonada con la célebre cuarteta:
“Es muy fiero compadrear
para ponerse amarillo
y andar sacando el cuchillo
para hacérselo quitar”.
El auditorio entusiasmado lo aclamó con delirio. La mamá y la hermanita, vivamente emocionadas, trémulas de gozo, tenían los ojos resplandecientes de lágrimas.
III
Desde aquella noche, dejó de ser Juanito lo que había sido siempre. Desapareció el muchacho laborioso y sencillo, honesto en sus costumbres, veraz en sus dichos y moderado en sus aspiraciones, cediendo el puesto al haragán e infatuado, hablador y pretencioso. La clientela de la tienda no hallaba a qué atribuir semejante transfiguración. Ya Juanito no ofrecía asiento a las señoras, ni comentaba con ellas el estado del tiempo, por el contrario, las recibía tercamente, procurando librarse cuanto antes del fastidio de atenderlas, para así entregarse febrilmente a la lectura de comedias, de las que llegó a poseer una verdadera biblioteca.
Pronto fue primer actor del “cuadro” de la Juventud Recreativa y representó, sucesivamente, a más de La Piedra de Escándalo, que se repitió a pedido general, Patria y Honor, Caín, ¡Cobarde! y Jesús Nazareno.
Los mil quinientos pesos del ahorro de la hermanita, se fueron con gran satisfacción de ésta y de la mamá, que veían en Juanito la gloria de la familia, en la adquisición de libretos, de trajes característicos y de retratos que reproducían al autor en sus más celebradas creaciones.
Un buen día Juanito desapareció. Supe algo después que se había dirigido a Buenos Aires, con el propósito de entregarse definitivamente al teatro.
IV
Hace poco, me encontraba de paseo en una población rural.
En una de tantas andanzas sin rumbo, al pasar ante un edificio de regular aspecto noté tamaños carteles anunciadores y me detuve a enterarme de ellos.
Cuál no sería mi asombro en presencia de una leyenda como ésta:
“Gran compañía nacional dirigida por el eminente primer actor Juan Giménez. Primera actriz: Josefa Giménez. ¡Hoy! ¡Hoy! El PRESIOSO drama del CONOSIDO poeta Guillermo SAQUESPEARE Hamlet o El Príncipe de Dina Marca”. Algo más abajo: “Mañana La Sena de las Burlas. En breve: Los Derechos de la Salud”.
No cabía la menor duda: se trataba de Juanito. En tal seguridad penetré al local deseoso de ver a ni ex condiscípulo. No tardé en hallarlo. Al principio, hizo como que no me conocía; pero pronto cayó en memoria si bien no por eso abandonó el aire petulante con que me recibiera.
Estaba algo avejentado Juanito, acaso por la inevitable vida desordenada que le imponían sus trajines de cómico.
Había creado ínfulas inauditas, hablaba con una superioridad pedantesca y detonante.
Me contó que en Buenos Aires al advertir los de la farándula sus soberbias condiciones artísticas, le declararon la guerra, por envidia, naturalmente, hasta imponer su expulsión de la compañía a que ingresara, envolviendo en la intriga a los empresarios de teatros importantes que nunca quisieron atenderle cuando les propuso algún negocio.
– Pero no importa, –añadió– el que vale, triunfa, y ya llegará la hora del reconocimiento.
Estalló una carcajada en lugar inmediato. Insensiblemente di vuelta y casi, me desplomo al ver a la hermanita, la primera actriz de que hablaban los carteles, jugueteando con el galán. Un poco más lejos noté la presencia de la mamá que era…. ¡la característica!
He aquí una historia que puede adaptarte sin zozobras a muchos de los actores nacionales.